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Formación

Nuestra casa una pequeña iglesia

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Toda casa puede transformarse en una pequeña Iglesia. No sólo en el sentido de que en ella tiene que reinar el típico amor cristiano, hecho de altruismo y recíproca atención, sino más aún en el sentido de que toda la vida familiar, en virtud de la fe, está llamada a rotar en torno al único señorío de Jesucristo.”

         

El papa Benedicto XVI en la Audiencia general del miércoles 7 de febrero de 2007,  habló de algo que nos afecta especialmente y puede ayudarnos a vivir de manera más gozosa y comprometida nuestras reuniones de grupo.

 

Puso como modelo a los esposos Priscila y Aquila que “desde Roma habían llegado a Corinto, donde Pablo se encontró con ellos al inicio de los años cincuenta; allí se asoció a ellos y, dado que ejercían el mismo oficio de fabricantes de tiendas para uso doméstico, como cuenta Lucas, fue acogido incluso en su casa (Cf. Hechos 18, 3).”

“Sabemos el papel importantísimo que esta pareja desempeñó en el ámbito de la Iglesia primitiva: es decir, el de acoger en su propia casa al grupo de los cristianos del lugar, cuando se reunían para escuchar la Palabra de Dios y para celebrar la Eucaristía. Es precisamente ese tipo de reunión que en griego se llama «ekklesía», la palabra latina es «ecclesia», la italiana «chiesa» [la española «iglesia»], que quiere decir convocación, asamblea, reunión.

En la casa de Áquila y Priscila, por tanto, se reúne la Iglesia, la convocación de Cristo, que celebra allí los sagrados misterios. De este modo, podemos ver precisamente el nacimiento de la Iglesia en las casas de los creyentes.”

Esto no sucedía de forma esporádica, era la costumbre de los primeres cristianos, época en que la Iglesia se expande con sorprendente rapidez. Así lo explica el Papa:

“En la primera mitad del siglo I y en el siglo II, las casas de los cristianos se convierten en auténtica «iglesia». Como ya he dicho, juntos leen las Sagradas Escrituras y se celebra la Eucaristía. Es lo que sucedía, por ejemplo, en Corinto, donde Pablo menciona a un cierto «Gayo, huésped mío y de toda la Iglesia» (Romanos 16, 23), o en Laodicea, donde la comunidad se reunía en la casa de una cierta Ninfas (Cf. Colosenses 4, 15), o en Colosas, donde la reunión tenía lugar en la casa de un tal Arquipo (Cf. Filemón 2)”.

El Papa nos invita a seguir el ejemplo de estos esposos cristianos, auténticamente comprometidos con Cristo y servidores fieles de la causa del Evangelio:

“Gracias a la fe y al compromiso apostólico de los fieles laicos, de familias, de esposos como Priscila y Áquila, el cristianismo ha llegado a nuestra generación. Podía crecer no sólo gracias a los apóstoles que lo anunciaban. Para arraigarse en la tierra del pueblo, para desarrollarse vivamente, era necesario el compromiso de estas familias, de estos esposos, de estas comunidades cristianas, de fieles laicos que han ofrecido el «humus» al crecimiento de la fe.”

“Y siempre, sólo así, crece la Iglesia. En particular, esta pareja demuestra la importancia de la acción de los esposos cristianos. Cuando están apoyados por la fe y por una intensa espiritualidad, su compromiso valiente por la Iglesia y en la Iglesia se hace natural. La cotidiana comunión de su vida se prolonga y en cierto sentido se sublima al asumir una común responsabilidad a favor del Cuerpo místico de Cristo, aunque sólo sea de una pequeña parte de éste. Así sucedió en la primera generación y así sucederá frecuentemente.”

“OS ANIMO A TODOS A SEGUIR EL EJEMPLO DE LOS PRIMEROS CRISTIANOS, y a ofrecer, en vuestra vida matrimonial y familiar, un testimonio coherente de amor a Cristo y de servicio a los demás.” (Estas últimas palabras las dijo el Papa en español, haciendo en nuestro idioma, como hace en otros, un breve resumen de su discurso)