Temas para la reflexión

Maestro ¿recuerdas? El último día de la fiesta de Sukkot, por la mañana, cuando desde la fuente de Siloé subían los sacerdotes, en ánforas doradas, el agua para las libaciones en el Templo impetrando la lluvia para la sementera, tú, en el atrio, gritaste: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba (Jn 7,37).

Por eso, hoy yo vengo a ti con mi sed y mi cántara de barro vacía, como pobre samaritana, para pedirte el agua, el agua viva que se hará en mí manantial.

Tú, Maestro, eres ese agua viva:

tu palabra que corre por los surcos abiertos de mi vida, que apaga mi sed y promete un mar de doradas espigas;
tu oración en la noche y la soledad, bajo la luz de las estrellas, o en el día bajo la luz del sol; esa oración tuya que me abre horizontes de esperanza y caminos hacia Dios;
tu trabajo en el silencio de tu aldea perdida; trabajo de tus manos, sudor de tu frente, que me anima a construir contigo un mundo distinto, el mundo que tú soñaste;
tu vida toda que me invita a seguirte, que marca mi camino y deja en él tus huellas, el eco de tus pasos.

¿Por qué te digo esto?

Yo sé, Maestro, que tú esperas siempre, cansado también del camino, sentado junto al pozo de cualquier aldea o de cualquier sendero. Mira mi cántara vacía, llénala de tu agua para que no tenga más sed.
Pero ¿no oyes?... Escucha... Está brotando ya tu agua entre las arenas de mi corazón.

Vicente Serrano