Temas para la reflexión

Conocer a Dios e incluso ser semejante a Él es anhelo universal del hombre, sin embargo, cuando se pone a ello las dificultades se multiplican. Incluso acudiendo a la Escritura pueden encontrarse afirmaciones contradictorias o desconcertantes.

En el Evangelio según San Juan se afirma: “A Dios nadie le ha visto jamás” (Jn 1,18). Y el autor de la primera carta a Timoteo insiste; “Ningún hombre le vio ni le puede ver” (I Tim 6,16) ¿Significa esto que nada podemos saber acerca de Dios?

En el prólogo del cuarto Evangelio se dice también: “Dios unigénito que está en el seno del Padre, ese nos lo ha dado a conocer” pues “se hizo hombre y acampó entre nosotros” (Jn 1,14)

Una pregunta
La pregunta inmediata es ¿Qué es lo que nos ha dado a conocer el Unigénito de Dios?

Y una respuesta
La respuesta está en las palabras que Jesús dijo a Nicodemo en su entrevista nocturna en Jerusalén: “Tanto ama Dios al mundo que le dio su Hijo Unigénito... No lo ha enviado para juzgar al mundo, sino para salvarlo” (Jn 3,16-17; 12.47). Este es el tema base de su mensaje, un mensaje que irá repitiendo a lo largo de su vida pública.

Otros datos
Pero también dirá que Dios es su Padre y nuestro Padre, y que debemos dirigirnos a Él llamándole así (Mt 6,9ss; Lc 11,25).
No es necesario traer más citas de los momentos en que Jesús habló del amor de Dios. Las encontraremos a cada paso al leer el Evangelio.

Las parábolas de la alegría
Quiero, sin embargo, destacar tres parábolas que nos retratan a Dios y su amor: las de la oveja y la dracma perdidas y la de hijo que abandona la casa paterna para vivir su vida (Lc 15,7ss). Con ellas Jesús responde a las críticas de ciertos fariseos que le acusaban de comer con publicanos y pecadores, pero también justifica su comportamiento porque es el comportamiento de Dios, su Padre.
En estas parábolas hay una idea que las une: la alegría por la oveja y dracma encontradas; alegría por la vuelta del hijo. Una alegría que simboliza la de Dios: En el cielo será mayor la alegría por un pecador que se convierta... (Lc 17,7)
La conclusión
Pero hay también una exclamación que brota espontánea al leerlas: Así es Dios. Efectivamente, así es Dios, el Dios único de todos los hombres que nos enseño Jesús.

A Dios nadie le ha visto y nadie le puede ver (Jn 1,18; I Tim 6,16) a pesar de que en la Biblia se lee que tal o cual personaje le ha visto o ha hablado en Él cara a cara. Sólo Cristo nos lo ha revelado.

Abrir los ojos del corazón
Pero podemos atisbarle y sentir su paso por nuestra vida, como sentimos el paso del aire, aunque no lo veamos. Lo podemos sentir y ver en la naturaleza que nos rodea. Mas para ello hay que tener abiertos los ojos, más que los de la cara, los del corazón.

Luz y tinieblas, bendecid al Señor
Podemos verle en las amanecidas cuando el valle se va llenando de la luz que baja de los montes, o en el silencio profundo del atardecer cuando la última luz acaricia la cresta de los montes.
En los días de sol y cielo transparente y en los días de nubes y lluvias o en los días de nevada, cuando un manto de nieve cubre todo y silencia todos los ruidos.
En los días de tormenta cuando los relámpagos rasgan la oscuridad que cubre el valle y los truenos parecen enormes peñascos que cayeran rodando por las faldas de los montes.

Aves del cielo, bendecid al Señor
En la contemplación de los pájaros, de los insectos, de las abejas. En la contemplación de las numerosas, sencillas y bellas flores que nacen en las laderas de los montes y embellecen los bordes de los caminos.

Lluvia y rocío, bendecid al Señor
En el olor del campo y de la tierra mojada después de la lluvia.

Cielos, bendecid al Señor
Y sobre todo, en la contemplación del cielo profundo y oscuro en el que la imaginación se pierde entre el aparente polvo de las innumerables y lejanísimas estrellas de la noche.

Bendiga la tierra al Señor
Si, la naturaleza nos descubre y, en cierto modo, nos hace ver a Dios, el Dios que habita una luz inaccesible.

Silencio y soledad van unidos y son componentes de una espiritualidad del desierto: son el marco en que Dios puede manifestarse, el ámbito en que podemos “ver” a Dios.

Jesús amaba el silencio y la soledad
Jesús solía retirarse a lugares solitarios para su encuentro con Dios, no sólo después de la teofanía del bautismo, para descubrir el sentido de esa llamada y el rumbo de su vida. Sino también durante su vida pública. Era como si sintiera la necesidad de la soledad y del silencio.

Silencio exterior
En las grandes ciudades modernas, aunque parecen un desierto, no se dan generalmente las condiciones para el encuentro con Dios: hay demasiado ruido y los hombres parece que se sienten masa.
Pero en el silencio y la soledad de la naturaleza siempre hay la posibilidad y las condiciones para tal encuentro. La soledad en un paisaje en que pueden pasar horas y horas sin ver a nadie: las largas horas de silencio en las que lo único que oyes es el mismo silencio.

Silencio del corazón
Mas no basta el silencio y la soledad exteriores: son necesarios también el silencio y la soledad del corazón. Sin estas es imposible captar la presencia de Dios y escuchar su voz que es como un susurro.
No es posible ver a Dios, pero si lo es notar su paso por nuestra vida y escuchar su voz. Es posible, si hay silencio en nuestro corazón.

A Dios le podemos encontrar también en el trabajo de cada día, en ese trabajo que a veces hacemos como una rutina o lo consideramos como una carga, ese trabajo sencillo, escondido, sin publicidad que puede ser fuente de desarrollo humano y de encuentro con Dios.

Jesús, el Hijo de Dios: trabajador en una aldea perdida

Recordemos a Jesús durante los llamados años oscuros, es decir, su vida en Nazaret, una aldea de pastores perdida entre las montañas de la Baja Galilea. Jesús no fue más Hijo de Dios en su vida pública como anunciador itinerante de la llegada del Reino de Dios, que en los años de su vida oculta en Nazaret.
El Evangelio dice que crecía en sabiduría, estatura y gracia ante Dios y ante los hombres (Lc 2,52). Sin duda, cuando tuvo la edad, como cualquier muchacho israelita, aprendería un oficio, el oficio de su “padre”. Todos le conocían en Nazaret como el Hijo de José (Lc 4,22; Jn 1,45), el carpintero, el hijo de María (Mc 6,3), el hijo del carpintero (Mt 13,55).
No es ejercicio de imaginación decir, aunque no lo digan los evangelios, que cuando Jesús tenía unos dieciséis años trabajaría, igual que José, en la reconstrucción de Séforis, elegida como capital de su tetrarquía por Herodes Antipas. En Nazaret no había trabajo y el hogar de José y María conocería momentos de apuro que no pasaban desapercibidos a un muchacho como Jesús. Ciertamente, los ángeles no le servían.

María, la Madre de Dios: esposa y madre trabajadora
Igualmente puede ser punto de referencia para una mujer el trabajo humilde, sencillo, olvidado de María en Nazaret, trabajo de madre y esposa, entonces sin las comodidades de hoy.

Dios pasa por nuestra vida en el trabajo diario
Podrían ponerse otros ejemplos, pero estos son, sin duda, los mejores, el punto de referencia para nuestro trabajo de cada día. En él podemos sentir el paso de Dios por nuestra vida y encontrar a Dios.

No importa dónde y cuando las dijo: tal vez una mañana, en un alto cercano al Lago, cuando el sol iluminaba ya sus aguas verdiazules y los campos cercanos. En esta mañana, a los que estaban en torno suyo, sentados en el suelo como Él, Jesús dijo: Bienaventurados los pobres... los misericordiosos... los que trabajan por la paz... (Mt 5,3ss)

Jesús, el Hijo de Dios, un hombre como los humildes y olvidados que le escuchaban

Ante estas palabras ¿qué pensarían aquellos galileos, hombres y mujeres, que buscaban en él ilusiones perdidas, luz para sus días oscuros, y soñaban con otras bienaventuranzas? No pensaron nada porque le veían igual que ellos y sabían que les hablaba desde su propia pobreza, desde su misericordia, desde su amor.
Pero les dijo más: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen, bendecir a los que os maldicen y orad por los que os calumnian (Lc 6,27s) Así seréis hijos del Altísimo que es bondadoso para con los ingratos y los Malos (Lc 22,35) y hace salir el sol sobre malos y buenos, y deja caer la lluvia sobre justos e injustos (Mt 5,45) Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordiosos (Lc 6,36)
Perdonad, amad... sed misericordiosos... Les parecían muy bellas estas palabras, pero imposibles de llevar a la vida, pues hay muchas tensiones, muchos egoísmos, muchas injusticias. La nación está dominada y explotada por otra nación extraña y por unos dirigentes del pueblo al servicio y bajo el amparo de esta nación extraña... Y ellos, los pobres, los humildes, los olvidados ¿habían de perdonar, de amar?... ¡Imposible!
Pero entonces le miraron y vieron en sus ojos la luz de la mañana, la tranquilidad de las aguas del Lago, la belleza y la paz de los campos... Él también era del pueblo. Entonces comprendieron sus palabras ¡Vivía lo que decía!

El hombre, imagen de Dios
En este momento les vino el recuerdo de lo que algunas veces habían oído en la sinagoga: que cuando Dios creó el universo, su última obra fue el hombre: Hagamos al hombre a imagen nuestra, a semejanza nuestra... Creó Dios al hombre a semejanza suya... (Gn 1,26s) ¡El hombre imagen de Dios! ¡Todo hombre lleva estampado el rostro de Dios!
Recordaron también haber oído a Jesús, como respuesta a unos fariseos, que el mandamiento principal era amar al Señor, tu Dios, pero que había otro mandamiento igualmente importante, el de amar al prójimo como a uno mismo... (Mc 12,29.31)
El hombre, cualquier hombre es imagen de Dios. En el hombre, en cualquier hombre puedo ver a Dios, pues lleva grabada su imagen. Pero ¡cuesta tanto ver en algunos esa imagen impresa!
Además, he de amarle casi, o sin casi, como amo a Dios, porque está hecho a su imagen.
Escribía Dostoievky en una de sus novelas: Se comprende que el más oprimido, el último de los hombres es también un hombre y se llama mi hermano (Humillados y ofendidos I.6) Sin duda, lo había aprendido en el Evangelio. Es también en el Evangelio donde yo he de aprender que, a pesar de todo, cualquier hombre es mi hermano, hijo del mismo Padre, Dios, y que en él puedo ver a Dios.
Repito: a pesar de todo, de su propia oscuridad.
Cada hombre lleva en sí un destello, aunque sea pequeño, de la luz de Dios y en su misma noche camina hacia esa Luz

Te alabo, Señor, y te doy gracias por estos días tan hermosos que me ayudan a verte y sentirte en todas las cosas: que me ayudan a hablarte y unir mi pobre voz a las innumerables voces de toda la creación que te canta.

Anoche, fue el cielo inmenso, oscuro y profundo, cuajado de estrellas, cercanas o lejanas, como diminutas lámparas que alumbran la oscuridad; esta mañana ha sido la naturaleza que despertaba en los árboles, en el silencio que llena todo. Cuando camino por las sendas abiertas entre los árboles y la maleza sólo oigo el tenue rumor de mis pasos y el leve crujir de las hojas muertas. Y cuando me siento en cualquier piedra o en el tronco de un árbol caído, oigo también el silencio.

Vicente Serrano