Temas para la reflexión


Yo soy la luz del mundo

Era el último día de la fiesta de Sukkot, la fiesta del Otoño, y moría la tarde sobre Jerusalén. Unas grandes luminarias se encendían entonces en la explanada del templo que iluminaban la ciudad y alejaban las sombras de sus estrechas calles. Jesús en los atrios del templo gritó: Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no anda en tinieblas (Jn 8,12)... Yo soy la luz del mundo...

Vosotros sois luz del mundo

Pero antes, en el sermón del monte, había dicho a quienes le rodeaban: Vosotros sois luz del mundo (Mt 5,14). Vosotros: campesinos de Galilea y pescadores del Lago. Vosotros: hombres y mujeres que le escuchaban. Vosotros: los que a lo largo de los siglos le hemos seguido. Vosotros... Nosotros: Luz del mundo.
¡Luz de Cristo!
Pero dijo también entonces: No se enciende una lámpara y se la pone debajo del celemín, sino sobre el candelero para que alumbre a cuantos hay en la casa.
La luz, una vez encendida, no se puede apagar, no nos pertenece. Pertenece a cuantos caminan en la oscuridad de su noche buscando una luz que oriente su vida. No nos pertenece porque no es nuestra, la encendimos en Cristo. Recordemos la noche de la Vigilia Pascual, cuando las pequeñas luces que llevábamos en nuestras manos rompieron la oscuridad que había fuera y en el templo. Las habíamos encendido en el Cirio que simboliza a Cristo. Cantábamos: ¡Luz de Cristo!
Eso somos y eso debemos ser: luz de Cristo. Nuestra fe y nuestra vida han de ser como una luz siempre encendida que señala el camino a quienes, perdidos en la oscuridad de sus noches, buscan la vida.
Pero luz de Cristo.
¿Cómo yo...?
Vosotros sois luz del mundo... Sin duda estas palabras sonaron muy bien en los oídos de aquellos hombres y mujeres que rodeaban a Jesús en el monte de las Bienaventuranzas, a aquellos galileos, en cierto modo marginados y considerados medio paganos por los habitantes de Jerusalén. Pero tal vez se preguntaron: Yo, campesino, pescador, pastor, bracero... ¿cómo puedo ser luz? ¿Cómo yo mujer, madre de familia, con poca o ninguna cultura, puedo ser luz de mundo? ¿Cómo yo...?
Puesto que las anteriores palabras fueron dichas también para nosotros, cristianos del siglo XXI, que vivimos en una sociedad tecnificada y con gran carga de escepticismo y de pasotismo, podemos igualmente preguntarnos: ¿Cómo puedo o podemos ser luz del mundo? Yo...

Como la luz del amanecer

Sin duda, todos hemos visto amanecer alguna vez. Yo en lugares muy diversos: en el desierto del Negev, subiendo al Sinaí, en el lago de Genesaret, en el mar, en el campo, en un valle, en el frente... Ves que la oscuridad empieza a retroceder cuando la primera luz se insinúa en el horizonte o baja desde la montaña al valle, y se hace más intensa y llena la llanura o el valle. Nadie entonces ve su fuente, el Sol. Pero la luz está ahí y toda la naturaleza despierta y el hombre se dispone para su trabajo. Así somos nosotros si hay coherencia entre nuestra fe y nuestra vida. Si somos luz aunque nadie nos vea a nosotros, nuestra luz estará presente e iluminará los caminos de cualquiera que, en medio de su noche busca la verdad.

Aunque nos parezca que nadie la ve

Lo que no podemos hacer es ocultar o apagar la luz. Jesús dijo que debíamos ponerla en el candelero. Nuestra casa, nuestro trabajo, la oficina, el taller, cualquier lugar donde desarrollamos nuestra vida, es el candelero donde ha de brilla nuestra luz.
Si dudamos, si aún seguimos preguntándonos, por nuestro género de vida y para qué sirve mi luz si nadie la ve y nada ilumina, os invito a dirigir vuestra mirada a la luz que está junto al Sagrario. Esa luz está luciendo siempre, de día y de noche, cuando hay alguien en la iglesia y cuando ésta se encuentra vacía, la vean o no la vean. Siempre está luciendo. Siempre anuncia una presencia, la de Cristo. Cualquiera que en cualquier momento entre en la iglesia vacía y solitaria recibirá y comprenderá su mensaje, se hará consciente de una presencia.

Coherencia entre nuestra fe y nuestra vida

Así ha de ser nuestra vida de cristianos en un mundo, en una sociedad que con frecuencia da la impresión de estar vacía. Nuestra luz no estará encendida por las palabras sino por la coherencia entre nuestra fe y nuestra vida, la fe que decimos profesar y la vida que cada día vivimos. Si la luz existe, estará iluminando siempre, aunque no seamos conscientes: estará rompiendo oscuridades, aunque no lo sepamos; estará anunciando la presencia de Dios y de su amor en medio de nosotros a los que buscan la luz, la vean o no la vean los demás.

Luz que no es nuestra ni anuncia nuestra presencia

Lo que no debemos olvidar es que esa luz no es nuestra ni anuncia nuestra presencia. Anuncia la presencia de un Dios que es amor, y es luz de Cristo.

Vicente Serrano