Temas para la reflexión


BIEN ESCASO Y VALIOSO

El trágico griego Eurípides decía de sus contemporáneos que eran “incapaces para todo, sólo aptos para charlar, empeñados en todas las artes menos en la del silencio”. Juicio que confirmaba quinientos años después Pablo sobre los atenienses (Hch 17,21). Juicio que podríamos extender a nuestra sociedad con mayor razón, por su abundancia de medios para matar el silencio.
Pero en cualquier aspecto o manifestación de la vida el silencio tiene un valor inapreciable.
No sólo el silencio externo, sino también el interno, el que se produce en el hondón de nuestro espíritu. Necesitamos encontrarnos con nosotros mismos, con nuestra auténtica realidad, mas esto es imposible si huimos de nosotros, si nos dejamos envolver y arrastrar por el ruido y la superficialidad de nuestra sociedad, una sociedad de escaparate, de ruidos, de palabras, de mentiras.

NECESARIO PARA COMPRENDER NUESTRA VIDA

Cada uno de nosotros es una parte de la vida que fluye, que pasa como el agua de un río, por lo que es preciso situarnos fuera de nosotros, en la orilla de nuestra existencia para contemplar y así comprender nuestra vida.
Esto sólo lo da el silencio. En el silencio nos encontramos extrañamente frente a nosotros mismos. En el silencio empezamos a percibir el valor de cada cosa. Sin el silencio todo resbala, se escurre, se pierde sin dejar huella. Necesitamos el silencio, ese silencio que forja la personalidad.

IMPRESCINDIBLE PARA EL DESARROLLO DE LA VIDA ESPIRITUAL

En la vida espiritual el silencio adquiere su valor absoluto. Por eso lo han practicado los forjadores de sus propias almas, los ascetas de todos los tiempos.
Esto ha llevado a hablar del “sacramento del silencio” como otro medio que nos lleva a Dios.

LAS DIRECCIONES DEL SILENCIO

El silencio unas veces es una necesidad que sentimos para no nos diluirnos en la rutina y en la vulgaridad, es nuestro silencio, pero otras viene desde arriba, es el silencio de Dios.

El silencio de Dios

¿Dónde está Dios? ¿Qué hace?
El silencio que viene de arriba es el silencio de Dios. En nuestra sociedad, ante sus convulsiones nos preguntamos ¿Dios qué hace? Su silencio nos resulta inquietante, inexplicable, perturbador. Llamamos y sólo nos responde el silencio. ¿Se ha alejado Dios?, ¿nos ha abandonado? Es la acusación que contra Él se suele hacer.
Ese silencio espeso lo vivieron los discípulos aquellos días, después de la tragedia. Tras la muerte de Jesús todo es silencio. Silencio impresionante de tragedia, de fracaso. No apetece hacer nada. Sólo guardar silencio. Y en ese silencio se puede justificar la pregunta: ¿Por qué Dios se calló?
También Jesús experimentó el silencio de Dios. Cuando en los últimos momentos de la cruz gritó “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?” sólo tuvo como respuesta el silencio.

Dios no ha dejado de hablar

No hemos de olvidar que Dios nos transciende y no le comprendemos, sólo sabemos de Él lo que nos ha dicho Jesús: que nos ama.

Dios es silencio y habla en el silencio. Paradójicamente el silencio puede ser su respuesta.
Somos nosotros los que ponemos sumo cuidado en apagar o tergiversar sus palabras. Unas veces es el ruido que hay en nosotros lo que apaga su voz. Otras, el miedo que brota de nuestro corazón nos impide escuchar a Dios.

Habla a Dios en el silencio
Prueba a crear un ambiente de silencio, espera en silencio.
No es privilegio de unos elegidos, es posibilidad de cualquiera, aun en nuestra sociedad. Momentos de silencio son momentos de encuentro con Dios, momentos de escuchar a Dios.
El silencio mismo puede ser una forma de hablar a Dios y un signo de amistad el sólo hecho de ponernos en actitud de oración.

Nuestro silencio

El silencio debería ser un componente de nuestras vidas.. Hay que salir al campo, alejarse de toda población para oír el silencio.

Ante Dios
Se ha hablado del “sacramento del silencio” como medio de encuentro con Dios. Pero nuestro silencio ante Dios puede ser exponente de nuestro vacío interior, de nuestra niñez espiritual. No sabemos qué decir a Dios y para hablar con Él usamos falsillas o repetimos frases manidas que hemos oído o leído pero que no nacen del corazón.
Mas puede ser también signo de adoración, de presencia viva en la que sobran las palabras, presencia que es signo de nuestro amor, aunque no broten las palabras. Ya advertía Jesús: No seáis como los gentiles que piensan ser escuchados por su mucho hablar (Mt 6,7). La oración es decir a Dios lo que tenemos en el corazón y, aunque a veces no sepamos lo que decir, nuestro silencio puede ser también oración.

Ante los demás

El silencio puede ser “un excelente signo de amistad” (G. Cesbron).
Como para escuchar a Dios, también necesitamos hacer silencio para escuchar a los demás, apagar la voz de nuestro yo para que el otro encuentre un lugar en nuestro corazón.

Ante nosotros

Necesitamos el silencio exterior, aun como terapia contra el inmenso ruido que nos invade por todas partes: la calle, la radio, la televisión, la publicidad. Ruido y superficialidad de nuestra sociedad masificada que nos convierte en piezas de una gran máquina y que logra que las cosas verdaderamente interesantes resbalen y se pierdan sin dejar huella. Necesitamos el silencio para encontrarnos con nosotros mismos.
También el silencio interior, tanto si queremos escuchar a Dios, como si queremos hablar a los hombres. Tenemos el mandato de Jesús de llevar el Evangelio a todos los hombres pero ¿qué podemos llevarles si nuestro corazón está vacío, o lleno de los ruidos?
Vivimos en una sociedad de escaparate, de vidas vacías, de ruidos, de mentiras y por esto necesitamos ese silencio que forja la personalidad. El ejemplo lo tenemos, como siempre, en Jesús que nos dio magníficas lecciones de silencio: Él, el Hijo de Dios, que vino a salvar al mundo, pasa treinta años de vida oculta.

Busca el silencio.

Prueba el silencio. Podrás escuchar la voz de Dios, los múltiples mensajes de la naturaleza, la voz de los demás y tu propia voz, esa voz interior que a veces ahogamos para no encontrarnos con nuestra realidad.

Vicente Serrano