El Papa Francisco nos dice...

 

Audiencia al Movimiento Apostólico de Schoenstatt, en la celebración de su centenario.

 

25 de octubre de 2014

María es la que sabe transformar una cueva de animales en casa de Jesús con unos pocos trapos y una montaña de ternura. Y es capaz también de hacer saltar un chico en el seno de su madre como escuchamos en el Evangelio. Ella es capaz de darnos la alegría de Jesús. María es fundamentalmente Madre. Bueno sí, Madre es poca cosa, no, María es Reina, es Señora... […] María es Madre. Primero. No se puede concebir ningún otro título de María que no sea “la Madre”.

 

Ella es Madre porque engendra a Jesús y nos ayuda con la fuerza del Espíritu Santo a que Jesús nazca y crezca en nosotros. Es la que continuamente nos está dando vida. Es Madre de la Iglesia. Es maternidad.

No tenemos derecho, y si lo hacemos estamos equivocados, a tener psicología de huérfanos. O sea, el cristiano no tiene derecho “a ser huérfano”. Tiene Madre. Tenemos Madre.

[…]

Es Madre no sólo que nos da la vida sino que nos educa en la fe. Es distinto buscar crecer en la fe sin la ayuda de María. Es otra cosa. Es como crecer en la fe sí, pero en la Iglesia orfanato. Una Iglesia sin María es un orfanato. ¡Eh! Entonces Ella educa nos hace crecer, nos acompaña, toca las conciencias. Cómo sabe tocar las conciencias, para el arrepentimiento.

[…] Una Madre cuida a su hijo hasta el fin y trata de salvarle la vida hasta el fin. […] Durante toda la vida sabe tocar las conciencias. Sabe tocar las conciencias. Te acompaña en eso. Nos ayuda. María es la que ayuda a bajar a Jesús. En el abajamiento de Jesús. Lo trae del cielo a convivir con nosotros. Y es la que mira, cuida, avisa. Está.

Y, hay una cosa que a mí me llega mucho. La primera antífona mariana de Occidente es copiada de una de Oriente que dice “Bajo tu amparo nos acogemos Santa Madre de Dios”. Es la primera, la más antigua de Occidente. Pero eso viene de una tradición vieja, que los místicos rusos, los monjes rusos explicitan así: en el momento, en los momentos de turbulencia espiritual, no queda otra que acogerse bajo el manto de la Santa Madre de Dios. Es la que protege, la que defiende.

Acordémonos del Apocalipsis, la que sale con el chico en brazos corriendo para que el dragón no devore al chico. Por más que conozcamos a Jesús, nadie puede decir que es tan maduro como para prescindir de María. Nadie puede prescindir de su madre.

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