¡Dios se hace hombre!
Este es el gran misterio de la Navidad. Misterio de amor, de amor inmenso. De amor tan grande como el mismo Dios. Dios acampa entre nosotros, se hace uno de los nuestros. Viene a nuestro mundo, a nuestra casa, a nuestro corazón.

Este es nuestro Dios, tan grande, tan grande... que es capaz de hacerse tan pequeño como el hombre, de hacerse niño, un niño tan desvalido como cualquier bebé recién nacido. Sí, ese niño que no nace en un palacio, ni siguiera en una casa, es Dios. Sus padres están de viaje y tienen que meterse donde pueden. Un establo es el sitio que logran encontrar para que pueda nacer el Niño. Nadie sabía el tesoro que escondía aquella joven Madre que estaba a punto de tener a su Hijo. Nadie sabe quien es ese Niño para el que José prepara, con afán y cariño y también con dolor, una cuna de pajas en un pesebre.
Pastor

¿Nadie lo sabe? Sí. Un ángel se encarga de contárselo a unos pastores, gente sencilla, acostumbrada a mirar al cielo y
escuchar sus mensajes. El ángel les trae una extraordinaria noticia, una gran alegría para todo el pueblo. ¿No esperaban
 desde tiempos remotos un Salvador? ¿No decían las viejas tradiciones que vendría de Belén? Pues allí, muy cerquita de ellos, le tienen: en la ciudad de David, junto donde guardan los rebaños lo pueden encontrar. ¿Un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre? Eso ya no casa tanto con lo que esperaban... pero creen la palabra del ángel, se ponen en camino y encuentran lo que buscan. Llenos de alegría y alabando a Dios, lo cuentan a todo el que quiere escucharles.

Los Reyes MagosPero no son los únicos, hay otros hombres de tierras lejanas pero que también están acostumbrados a mirar al cielo. No son rudos pastores, son grandes sabios y precisamente por eso, porque son verdaderos sabios, también son sencillos y no dudan en dejar sus remotas tierras para ponerse en camino siguiendo aquella misteriosa estrella que les anuncia el nacimiento de un gran personaje. No encuentran nada extraordinario, sólo un Niño con su Madre, sin embargo, saben descubrir el Misterio y le adoran.

¿Y nosotros? ¿Somos gente de corazón sencillo? ¿Gente que sabe miar al Cielo? ¿Seremos capaces de ponernos en camino para ir a buscar al Niño que, en brazos de su Madre y custodiado por José, nos espera? ¿O nos dejaremos aturdir por el ruido de los anuncios, por las luces estridentes que avivan nuestras ambiciones y egoísmos? ¿Nos dejaremos atrapar por los papeles de colores y las cintas de los regalos?

Si hemos puesto un Belén en casa y lo contemplamos con fe, rezando y cantando junto a él; si ponemos a Jesús en el centro de nuestras celebraciones; si no dejamos de participar en la Eucaristía los días de fiesta y los domingos; si procuramos servir y amar a todos pensando en los demás más que en nosotros mismos... encontraremos a Jesús en los brazos de María junto a José, y sabremos que es nuestro Dios y nuestro Salvador. Y entonces contaremos a todos cuál es nuestra alegría y el motivo de nuestras fiestas, la causa de nuestros regalos.