Evangelio según san Juan, 9,1-41

La gente del tiempo de Jesús pensaba que quien sufría alguna desgracia era porque él o sus padres habían pecado. Jesús dice que las cosas no son así, que esa circunstancia, como otras, han de ser causa para que reconozcamos el poder y la acción de Dios.

Entonces unta con barro los ojos del ciego y, como siempre, para que se realice el milagro quiere que la persona manifieste su fe, por eso le manda lavarse los ojos. El hombre recobra la vista tras hacer lo que Jesús le indica.

Pero Jesús no sólo le ha sacado le la oscuridad de su ceguera y le ha hecho posible ver la luz del día, también ha iluminado su alma y cuando con cierta hostilidad le preguntan, el que había sido ciego responde sin dudar: El que me ha curado es un profeta. Mas cuando vuelve a encontrarse con Jesús es capaz de dar un paso más: le reconoce como el Hijo del hombre, como Señor.

Reflexionamos

Cuando recibimos el Bautismo somos sacados de las tinieblas del pecado y recibimos la Luz de Dios, su Vida y su Gracia. ¿Sabes qué día fuiste bautizado? ¿Le das gracias a Dios por haberte dado la fe? ¿Por tu bautismo?

El ciego que ha sido curado por Jesús no se avergüenza de confesarle ¿Y tú? ¿Te avergüenzas de decir que eres cristiano?

Al ciego curado le acosan los enemigos de Jesús, pero Jesús no le deja solo, va a su encuentro, habla con Él y renueva sus fuerzas. También Jesús está cerca de ti cuando te sientes sin fuerzas para ser buen discípulo suyo ¿Cómo puedes encontrarte con Jesús y recobrar fuerzas?

En la Eucaristía del Domingo lo ofrezco a Dios junto con el pan y el vino.