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Como decía de D. Feliciano

   

La presencia de la Santísima Virgen en nuestras Casas de María, naturalmente no podrá ser como la de Jesús que, siendo hombre, también era Dios. Pero podemos hablar de una presencia de la Santísima Virgen en nuestros corazones como Casas de María y en nuestros hogares como Casas de María.

Del tema de “La presencia de María” ya hablaron algunos Santos Padres, tanto de Occidente, empezando por San Ambrosio, como de Oriente desde San Efrén. San Germán de Constantinopla (… 733) escribe: “Los ojos de nuestro corazón se sienten atraídos para mirarte todo el día… Tú visitas a todos y velas por todos, oh Madre de Dios…”

Hoy los mariólogos hablan de distintas presencias de María:

La presencia Intelectiva. Es la que también se ha llamado “presencia de visión”. Ella nos ve, nos conoce, piensa en nosotros y con su mirada nos alcanza en lo más íntimo e nuestro ser. Se trata de una presencia con nosotros en cuanto que nos conoce y nos ve en Dios y nos sigue con su mirada en todas partes. Dirías que por esta presencia está en todos y cada uno de nosotros, como corresponde a quien tiene que cumplir con su misión de madre de todos y para todos. Diríamos que mejor conocerá a aquellos que con más frecuencia se dirigen a Ella y acuden a su intercesión y ayuda materna. A aquellos que más quieren amarla e imitarle. Una madre conoce más y mejor a aquellos hijos que más están con ella, que más la visitan o más la acompañan conviviendo con Ella.

La presencia afectiva. Según esta presencia, la Virgen estaría en nosotros como está el objeto amado en el amante. Hay entre los dos una comunicación de afecto y de amor. Ella nos ama como Madre. Y ese amor que nos tiene forma ya una especie de presencia en nosotros. Será tanto más intensa cuanto más nos ame. Una madre ama a todos sus hijos, pero amará más a aquellos que más conoce y que más la aman. Estará más presente en ellos con esta presencia afectiva. Es una presencia consecuente también con su misión de Madre. También en este sentido podemos hablar de una presencia de Ella en nosotros y de nosotros en Ella porque el afecto y el amor son mutuos.

La presencia operativa. Esta presencia en una consecuencia de la presencia intelectiva y de la presencia afectiva. Si Ella nos ve, nos ama y nos acompaña por todas partes en la visión beatífica que tiene, es claro que no puede quedarse inactiva. El amor es esencialmente operante y comunicativo. Tiene que obrar en nosotros socorriéndonos según las necesidades que tenemos y las invocaciones que le hacemos. Ella puede ser el instrumento elegido por Dios par que nos vengan estos auxilios o puede ser la que intercede ante Dios para que se nos conceda las gracias que necesitamos y los favores que imploramos. Es una presencia efectiva, actuante, operativa.

La presencia real. La presencia operativa de la Virgen, está exigiendo una presencia real, de algún modo real. No en el sentido de que ocupe un lugar a nuestro lado en nuestra casa, pero sí en cuanto que actúa en nosotros de n modo especial, haciendo que participemos de la plenitud de gracia, desarrollando nuestra vida de gracia. Todo obrar exige una presencia, de un modo o de otro. Si la virgen obra en nosotros, es que también tiene una presencia en nosotros.

María está en el Cielo con un cuerpo glorioso

Para mejor comprender la presencia de María en nosotros, hemos de partir de que Ella en el cielo se encuentra con un cuerpo glorioso, resucitado. Ya conocemos algunas de las propiedades de cuerpo glorioso resucitado de Jesucristo: cómo entraba a en las habitaciones estando las puertas cerrados; como desaparecía de la presencia de los Apóstoles como si estuviera libre de los condicionamientos del tiempo y del espacio. Pensemos en cómo se presentó a los discípulos de Emaús y como desapareció de su presencia. San Pablo habla del cuerpo celeste frente al cuerpo terrestre (1 Cor 15,45). Tendremos aquel cuerpo una vez resucitados. En virtud de ese cuerpo resucitado, se pueden comprender esas diversas presencias que hemos expuesto de María con nosotros.

Como referente al cuerpo celestial, algún mariólogo entiende la presencia de María como pneumática o espiritual. En estos términos la expresa uno de ellos: “La presencia mariana es una presencia operante dinámica, íntima a todos los cristianos y al mismo tiempo real, viva y personal. Es dinámica porque, según el principio de la causalidad, María, que participó de la redención realizada por Cristo, coopera también en la comunicación de los bienes espirituales que dimanan de la redención. Es actual y personal porque María, estando ya glorificada vive una dimensión distinta de la nuestra en el Espíritu de Cristo Resucitado y, como tal, puede ejercer «hic et nunc» (aquí y ahora) y más allá de las leyes espacio-temporales su función de madre y de esclava de nuestra salvación”. (Pizarelli, La presenza dinamica di Maria nella vita spirituale, Roma, 1983, pag.533).

La presencia de María en nosotros, tiene fundamentos teológicos.

I.- El dogma de la resurrección de la carne. Si aplicamos a María este dogma, tenemos que aplicarle lo que decimos o sabemos del cuerpo resucitado de Jesucristo. Y entonces podemos comprender mejor la presencia de María en nosotros. Es el argumento de la analogía de la fe que llaman los teólogos.

II.- La verdad teológica de la maternidad espiritual de María sobre cada uno de nosotros. Esta verdad exige esa presencia de María, sobre todo pneumática espiritual. El cumplimiento de esta misión de madre exige una presencia más efectiva que la afectiva cooperativa. Exige una presencia más cercana y activa.

III.- La experiencia mariana de los cristianos, a través de los siglos, habla de una presencia mariana de orden personal que supera la presencia de causalidad física o intencional.

IV.- Las apariciones numerosas de la Virgen en la historia de la Iglesia son también un argumento en favor de la presencia de María en nosotros de un modo que supera lo afectivo, lo intencional, de causalidad física, etc.

V.- La teología de los iconos. La experiencia vivida en la teología ortodoxa de los iconos que ve en ellos un signo que hace presente a la persona representada. La Polonia católica ha asimilado esta teología del icono y ve en su imagen de la Virgen de Czestochowa no solo la imagen de la Virgen sino presencia de la misma Madre de Dios.

VI.- La presencia de María en los documentos pontificios. En la encíclica Redemptoris Mater, de Juan Pablo II, se dice que la Iglesia y cada creyente vive una “presencia activa y materna” de María (cfr. 1,24,28,48,52), en “comunión de vida” con Ella (45 nota), dejándola entrar en “en todo el espacio de la vida interior (45), como expresión de una “vida de fe” a imitación de María (48). Todo ellos es consecuencia de poner en práctica el encargo del Señor: “He aquí a tu Madre… el discípulo la recibió en casa” (Jn 19,25-27). Orígenes señalaba que para captar el sentido del Evangelio hay que imitar al discípulo amado, recibiendo a María como Madre.

María asociada a la obra salvífica de Cristo

La Presencia de María en medio de la Iglesia está en estrecha relación con la presencia de Cristo resucitado, que sigue asociando a María en la obra salvífica. Los santos más marianos invitaban a vivir la vida de María en relación con su presencia activa, para que, por medio de esa unión con María, pudieran entregarse totalmente a Cristo como Ella.

En la Espiritualidad mariana se considera como dato fundamental y contenido de la misma, la relación de la “intimidad” con María a modo de “comunión de vida” (131), viviendo la realidad de su presencia en la vida de cada persona y de cada comunidad eclesial. Como lo es también la aceptación de su “influjo salvífico” (L.G. 60) como dejándola entrar y actuar “en todo el espacio de la vida interior, es decir, en el yo cristiano” (45).

En todo esto hemos de ver razones teológicas, vitales, históricas que nos hablan de una presencia especial de María entre nosotros. Aunque no es la misma de Jesucristo, que es dios, sí participa de aquella en algún sentido en cuanto la Virgen tiene también un cuerpo resucitado, glorificado que está por encima de las leyes del espacio y del tiempo.