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La Virgen María


La fiesta de la Inmaculada Concepción de María es una fiesta muy importante en la Iglesia y, por InmaculadaColor supuesto, en las Casas de María. En esta fiesta celebramos que la Virgen María fue preservada del pecado original desde el momento de su concepción, porque Dios la había elegido para ser la Madre Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre. María, que respondió plenamente al don de Dios, es la Llena de Gracia, la Inmaculada, la que nunca tuvo pecado. Nosotros, por el Bautismo también hemos sido librados del pecado, por eso debemos imitar a María, que siempre dijo SI a Dios, para como Ella vivir siempre en Gracia. Por su importancia en todas las parroquias, colegios y comunidades cristianas se prepara con una novena

Este dogma, que recoge lo que creían los cristianos desde muchos siglos antes,  fue proclamado por el Papa Pío IX, en el año 1854 y dice así: "...La bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo salvador del género humano"

 

Primer Día

María: Lugar excepcional en el plan divino de la Salvación

La Madre del Redentor tiene un lugar preciso en el plan de la salvación, porque “al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, para que recibieran la filiación adoptiva”.

El plan divino de la salvación, que nos ha sido revelado plenamente con la venida de Cristo, es eterno. Abarca a todos los hombres, pero reserva un lugar peculiar a la mujer que es la madre de aquél al cual el Padre ha confiado la obra de la salvación.

 

Segundo Día

 

El don para la misión: Llena de Gracia

El saludo y el nombre “llena de Gracia” en el contexto del anuncio del ángel se refieren ante todo a la elección de María como madre del Hijo de Dios. Pero al mismo tiempo, la plenitud de gracia indica dádiva sobrenatural, de la que se beneficia María porque ha sido elegida y destinada a ser madre de Cristo. La elección de María es del todo excepcional y única. De aquí, la singularidad y unicidad de su lugar en el misterio de Cristo.

En razón de los méritos redentores del que sería su Hijo, María ha sido preservada de la herencia del pecado original. De esta manera, desde el primer instante de su concepción, es decir, de su existencia, es de Cristo, participa de la gracia salvífica y santificante y de aquel amor que tiene su inicio en el “amado”, el Hijo del eterno Padre, que mediante la encarnación se ha convertido en su propio Hijo.

 

Tercer Día

 

Respuesta al don: Feliz la que ha creído

En el saludo de Isabel cada palabra está llena de sentido y, sin embrago, parece ser de importancia fundamental lo que dice al final: “¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!” (Lc 1,45). Estas palabras se pueden poner junto al apelativo “llena de gracia” del saludo del ángel. En ambos textos se revela un contenido mariológico esencial, o sea, la verdad sobre María, que ha llegado a estar realmente presente en el misterio de Cristo precisamente porque “ha creído”. La plenitud de gracia, anunciada por el ángel, significa el don de Dios mismo; la fe de María, proclamada por Isabel en la visitación, indica cómo la Virgen de Nazaret ha respondido a este don.

 

Cuarto Día

 

Fiat. El sí decisivo

La Palabra del Dios viviente, anunciada a María por el ángel, se refería a ella misma: “vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo” (Lc 1,31). Acogiendo este anuncio, María se convertía en la “madre del Señor” y en ella se realizaría el misterio divino de la Encarnación: “El Padre de las misericordias quiso que precediere a la Encarnación la aceptación de parte de la Madre predestinada” (LG 56). Y María da este consentimiento, después de haber escuchado todas las palabras del mensajero. Dice: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). Este fiat de María –hágase en mí– ha decidido desde el punto de vista humano, la realización del misterio divino.

 

Quinto Día

 

Aceptando con corazón abierto en la penumbra de la fe

Creer quiere decir “abandonarse” en la verdad misma de la palabra del Dios viviente, sabiendo y reconociendo humildemente “¡cuan insondables son su designios e inescrutables sus caminos!” (Rm 11,33). María, que por la eterna voluntad del Altísimo se ha encontrado, pude decirse, en el centro mismo de aquellos “inescrutables caminos” y de los “insondables designios” de Dios, se conforma a ellos en la penumbra de la fe, aceptando plenamente y con corazón abierto todo lo que esta dispuesto en el designio divino”.

 

Sexto Día

 

Unida por la fe al Hijo hasta la Cruz

María mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz: la unión por medio de la fe, la misma fe con la que había acogido la revelación del ángel en el momento de la anunciación. Entonces había escuchado las palabras: “Él será grande… el Señor Dios le dará el trono de David, su padre…; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin” (Lc 1,32-33).

Y he aquí que, estando junto a la cruz, María es testigo, humanamente hablando, de un completo desmentido de estas palabras. Su Hijo agoniza sobre aquel madero como un condenado. “Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores…, despreciable, y no le tuvimos en cuenta”: casi anonadado (cf. Is 53,35). ¡Cuan grande, cuan heroica en estos momentos la obediencia de la fe demostrada por María ante los “insondables designios de Dios! ¡Cómo se “abandona en Dios” sin reservas, prestando el homenaje del entendimiento y de la voluntad a aquel cuyos  caminos son inescrutables!

 

Séptimo Día

 

María, testigo singular del misterio de Jesús

María no ha recibido directamente la misión apostólica. No se encontraba entre los que Jesús envió “por todo el mundo para enseñar a todas las gentes” (cf. Mt 28-19), cuando les confirió esta misión. Estaba, en cambio, en el cenáculo, donde los apóstoles se preparaban a asumir esta misión con la venida del Espíritu de la verdad: estaba con ellos. En medio de ellos María “perseveraba en la oración” como “madre de Jesús” (Hch 1,13-14), o sea, de Cristo crucificado y resucitado. Y aquel primer núcleo de quienes en la fe miraban a Jesús como autor de la Salvación era consciente de que Jesús era el Hijo de María, y que ella era su madre, y como tal era, desde el momento de la concepción y del nacimiento, un testigo singular del misterio de Jesús, de aquel misterio que ante su ojos se había manifestado y confirmado con la cruz y la resurrección.

 

Octavo Día

 

María, Madre y modelo de la Iglesia

El Concilio Vaticano II, presentando a María en el misterio de Cristo, encuentra también, de este modo, el camino para profundizar en el conocimiento del misterio de la Iglesia. En efecto, María como Madre de Cristo, está unida de modo particular a la Iglesia, que el Señor constituyó como su Cuerpo.

Su excepcional peregrinación de la fe representa un punto de referencia constante para la Iglesia, para los individuos y comunidades, para los pueblos y naciones y, en cierto modo, para toda la humanidad.

Los fieles luchan todavía por crecer en santidad venciendo enteramente al pecado, y por eso levantan sus ojos a María, que resplandece como modelo de virtudes para toda la comunidad de los elegidos.

 

Noveno Día

 

María muestra a la mujer el secreto de la feminidad

La figura de María de Nazaret proyecta luz sobre la mujer en cuanto tal por el mismo hecho de que Dios, en el sublime acontecimiento de la encarnación del Hijo, se ha entregado al ministerio libre y activo de una mujer. Por tanto, se puede afirmar que la mujer, al mirar a María, encuentra en ella el secreto para vivir dignamente su feminidad y para llevar a cabo su verdadera promoción. A la luz de María, la Iglesia lee en el rostro de la mujer los reflejos de una belleza, que es espejo de los más altos sentimientos de que es capaz el corazón humano: la oblación total del amor, la fuerza que sabe resistir a los más grandes dolores, la fidelidad sin límites, la laboriosidad infatigable y la capacidad de conjugar la intuición penetrante con la palabra de apoyo y estímulo.

 
     

Textos tomados de la Carta Encíclica

REDEMPTORIS MATER

del Papa Juan Pablo II