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El Papa Benedicto XVI nos dijo...

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Benedicto XVI.

En la Homilía con motivo de la apertura del Sínodo de Obispos sobre la Palabra de Dios. 5 de octubre de 2008.

Cuando Dios habla, pide siempre una respuesta; su acción salvadora requiere la cooperación humana; su amor espera ser correspondido. Que no suceda nunca, queridos hermanos y hermanas, lo que narra el texto bíblico a propósito de la viña: “Y esperó que diese uvas, pero dio agraces” (cfr. Is 5,2). Sólo la Palabra de Dios puede cambiar profundamente el corazón del hombre, por eso es importante que establezcan con ella una intimidad creciente cada uno de los creyentes y las comunidades. La Asamblea sinodal se centrará en esta verdad fundamental para la vida y la misión de la Iglesia. Nutrirse de la Palabra de Dios es para ella su principal y fundamental tarea. En efecto, si el anuncio del Evangelio constituye su razón de ser y su misión, es indispensable que la Iglesia conozca y viva lo que anuncia, para que su predicación sea creíble, a pesar de las debilidades y las miserias de los hombres que la componen. Sabemos, además, que el anuncio de la Palabra, en la escuela de Cristo, tiene como contenido el Reino de Dios (cf. Mc 1, 14-15), peroel Reino de Dios es la misma persona de Jesús, que con sus palabras y con sus obras ofrece la salvación a los hombres de todas las épocas. Es interesante al respecto la consideración de san Jerónimo: “El que no conoce las Escrituras, no conoce la potencia de Dios ni su sabiduría. Ignorar las Escrituras significa ignorar a Cristo” (Prólogo al comentario del profeta Isaías: PL 24,17).

En este Año Paulino escucharemos con especial urgencia el grito del Apóstol de las gentes: “¡ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1 Co 9, 16); grito que para todos los cristianos es una invitación insistente para ponerse al servicio de Cristo. “La mies es mucha” (Mt 9, 37), repite hoy también el Divino Maestro: muchos todavía no lo han encontrado y están esperando el primer anuncio de su Evangelio; otros, aunque hayan recibido una formación cristiana, han ido perdiendo el entusiasmo y mantienen con la Palabra de Dios un contacto sólo superficial; otros también se han alejado de la práctica de la fe y necesitan una nueva evangelización. No faltan personas de rectos principios que se plantean algunas preguntas esenciales sobre el sentido de la vida y de la muerte, preguntas a las que sólo Cristo puede proporcionar respuestas satisfactorias. Por eso resulta indispensable que los cristianos de todos los continentes estén dispuestos a dar respuesta a todo el que les pida razón de su esperanza (cfr. 1 P 3, 15), anunciando con júbilo la Palabra de Dios y viviendo comprometidos con el Evangelio.

Venerados y queridos Hermanos, que nos ayude el Señor a preguntarnos juntos, durante las próximas semanas de trabajos sinodales, cómo podemos hacer para que sea cada vez más eficaz el anuncio del Evangelio en este nuestro tiempo. Recordamos a todos lo necesario que es poner en el centro de nuestra vida la Palabra de Dios, recibir a Cristo como a nuestro único Redentor, como Reino de Dios en persona, para hacer que su luz ilumine cada ámbito de la humanidad: de la familia a la escuela, a la cultura, al trabajo, al tiempo libre y a los demás sectores de la sociedad y de nuestra vida. Cuando participamos en la Celebración eucarística, recordamos siempre el estrecho lazo que existe entre el anuncio de la palabra de Dios y el sacrificio eucarístico: es el mismo Misterio que se ofrece a nuestra contemplación. Por eso “la Iglesia -como afirmó el Concilio Vaticano II- ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que el mismo Cuerpo del Señor, no dejando de tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida, tanto de la palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, sobre todo en la Sagrada Liturgia”. Con toda razón el Concilio concluye: “Como la vida de la Iglesia recibe su incremento de la renovación constante del misterio Eucarístico, así es de esperar un nuevo impulso de la vida espiritual de la acrecida veneración de la palabra de Dios que "permanece para siempre"” (Dei Verbum 21.26).

Que el Señor nos conceda acercarnos con fe a la doble mesa de la Palabra y del Cuerpo y Sangre de Cristo. Que María Santísima nos consiga este don, que “guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón” (Lc 2, 19). Que sea Ella la que nos enseñe a escuchar las Escrituras y a meditarlas en un proceso interior de maduración que no separe nunca la inteligencia del corazón. Y que vengan en nuestra ayuda también los santos, especialmente el Apóstol san Pablo, que durante este año estamos descubriendo cada vez más como intrépido testigo y heraldo de la Palabra de Dios. ¡Amén!