La Palabra de Dios
Lo primero que hemos de tener presente es que la lectura de la Palabra de Dios no puede ser como otra lectura cualquiera, la de un libro, de una revista o la de la prensa diaria. En la Biblia es Dios quien nos habla, esta realidad nunca hemos de perderla de nuestra conciencia. Y, si temeos conciencia vivida de esta realidad, la misma conciencia nos dictará como hemos de acudir a esa lectura.
Actitud de adoración
Mi conciencia me dice que, si es Dios quien me va a hablar, mi actitud debe ser de adoración, de respeto filial. La primera vez que Dios habló a Moisés, le exigió que se descalzase, en señal de respeto y adoración “porque la tierra que pisas es santa” (Ex 3,5). Dios exige purificación, santidad. Por Él es santo. Un gesto de purificación hemos de tener al acercarnos a la Palabra de Dios.
Podemos imaginar la actitud de María cuando le habló el ángel, de parte de Dios, parar acertar en la actitud que debemos tomar cuando acudimos a la lectura de la Palabra de Dios.
Actitud de oración
A la Palabra de Dios hemos de ir con una actitud de oración. Hemos de reconocer que comprender la palabra de Dios es un don. Y este don hay que pedirle. Comprender la palabra de Dios no es nada fácil. Se requiere, por nuestra parte, un esfuerzo especial y, por parte de Dios, una gracia particular. Dios quiere que le pidamos las gracias que necesitamos: “Pedid y se os dará…”.
Además tenemos que saber leer la Biblia para poder conocerla como auténtica Palabra de Dios. Y esto nadie puede pretenderlo con sus propias fuerzas. Solo con la luz y la fuerza del Espíritu Santo podemos comprender cuanto nos quiere decir con su Palabra. Sólo con su gracia sabremos leer de modo que lleguemos a comprender.
Humildad
Iremos aprendiendo a leer la Biblia si vamos con humildad a esta lectura. Humildad para no tomar una actitud de jueces ante la palabra de Dios. A veces podemos caer en el absurdo de querer juzgarla nosotros desde nuestros puntos de vista, cuando los puntos de vista de Dios distan tanto de los nuestros. Con frecuencia, no llegamos a conocer lo que Dios nos quiere decir en su Palabra. Nuestra actitud debe ser de humildad y de esperanza a que nos descubra el contenido de su Palabra.
San Gregorio Magano dice que “las palabras de Dios no pueden penetrarse sin su sabiduría, y el que no ha recibido su Espíritu, no puede en modo alguno entender sus palabras”.
Marcos Ermitaño ensaña que “El Evangelio está cerrado para los esfuerzos del hombre; abrirlo es don de Cristo”.
San Juan Crisóstomo oraba ante la Biblia: “Señor Jesucristo, abre los ojos de mi corazón… ilumina mis ojos con tu luz… Tú solo eres la única luz”.
San Efrén decía: “Antes de la lectura reza y suplica a Dios para que se te revele”.
Disponibilidad
Y esta humildad, que hemos de llevar a la lectura de la palabra de Dios, debe traducirse en disponibilidad. Fue la actitud de María: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra”.
Esta disponibilidad tenía el profeta Isaías cuando nos refiere: “El Señor, cada mañana me espabila el oído para que escuche como los iniciados. El Señor me abrió el oído y no me resistí ni me eché atrás” (Is 50,4-5).
Con deseos ardientes
Hemos de ir a nuestro encuentro con la Palabra de Dios con deseos ardientes. Así nos lo expresa el profeta Jeremías: “Cuando encontraba tus palabras, la devoraba; tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón” (Jr 15,16).
También el salmista nos expone estos deseos ardientes de encontrarse con la Palabra de Dios: “Mi alma espera en el Señor, espera en su Palabra. Mi alma espera en el Señor, más que el centinela la aurora” (Sal 130,5-6).
Dedicarnos a Dios
Sencillamente, a la lectura de la Palabra de Dios hemos de ir despreocupados de cosas urgentes que tengamos que hacer. Hemos de ir a “dedicarnos a Dios”. Esto mismo decía Pelagio y la Regla de los Cuatro Padres. Llamaron a la lectura de la Palabra de Dios “vocare Deo”, es decir, “dedicarse a Dios. Y es que en realidad, como dice A. de Vogüe “Abrir la Biblia es encontrar a Dios” y así G. Bessiére llama a la Sagrada Escritura “El libro de los buscadores de Dios”.
D. Feliciano Gil de las Heras.