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Temas para la reflexión

Para comprender este Misterio debemos situarnos e interiorizar lo que vemos con los ojos despiertos de nuestro corazón. Estamos no ante un belén con figuras de barro cocido, con un portal o cueva hecho con trozos de corcho y al fondo montañas de papel nevado con harina, sino ante el belén real, con protagonistas reales de carne y hueso como nosotros y recordar que esto es una contemplación.

I. Camino de la Navidad

Nos encontramos en Nazaret. Mirad a esa pareja que se dispone a hacer el mismo camino que nosotros queremos hoy hacer.

Ella es muy joven, se llama Miriam: tiene signos evidentes de una avanzada maternidad. Por esto y porque el camino es largo y no fácil ha montado en un borriquillo.

Él, su esposo, es también joven y se llama Yosef. Su aspecto es de un artesano, pero artesano de esta aldea escondida y casi olvidada entre las montañas de la Baja Galilea. Ha cogido el ronzal del asno y lo va a conducir… Han empezado el largo camino. Van despacio. De vez en cuando mira a la joven esposa y le pregunta si va bien.

Se dirigen hacia Belén, una aldea cercana a Jerusalén. De ella procedían sus antepasados que, según se dice, fueron reyes. Aunque esta joven pareja tiene pocos aires de grandeza y títulos reales.

El motivo de su viaje es que Roma, que domina desde hace unos 30 años el territorio de Judea, ha mandado empadronarse a todos los súbditos en su lugar de origen.

El camino es largo, más largo por el obligado y lento caminar del asno. A todos nos gustaría saber si harán alguna parada en el camino; si se unirán a alguna caravana para evitar la soledad; si dormirán en alguna posada, en un “ham”, en cualquier rincón resguardado o bajo algún árbol, esperando el amanecer. Pero son curiosidades o preguntas sin respuesta. Ellos no se las han planteado. Apremiaba salir y no pensaron más.

Hará unos nueve meses que ella recibió un mensaje del cielo y dijo Sí, a Dios. Es posible que entonces no supiera lo que este Sí significaba. No esperaba ni soñaba con tal mensaje, se turbó, pero dijo: Sí.

Tampoco Él conocía las exigencias de su difícil misión, pero la aceptó y llevó a su casa a su mujer encinta.

Todo lo que después suceda es consecuencia de este Sí.

Sí ha sido tener que abandonar su aldea y su humilde casa; el ambiente y el marco que siempre han conocido.
Sí, ponerse en camino con sus pocas y pobres pertenencias.
Sí, iniciar este éxodo hacia lo imprevisto a un lugar que no conocen.
Sí, el largo camino lleno de dificultas y peligros.
Sí, las dificultades, los peligros, el cansancio, las privaciones.

Caminemos con ellos hacia la Navidad.

II. Belén

Después del largo viaje, cansados, llegan a Belén, cuna de sus antepasados. Se dice, como hemos recordado, que fueron reyes. Pero ¡han pasado tantos siglos! ¡Y han pasado tantas cosas! ¿Quién puede acordarse? No parece que ellos lo sepan o lo hayan oído en sus tradiciones familiares. Tal vez se haya perdido el rastro. Ellos son una familia sencilla, normal, de una aldea de Galilea; una familia, como tantas otras, que tienen sus sueños, los de cada día, sus alegrías, sus cansancios, sus esperanzas. Su pobreza.

En Belén no conocen a nadie, no tienen familiares. Buscan albergue. Como todos los peregrinos o forasteros se dirigen al único albergue o “ham”. A ellos les urge. José se adelanta y observa. Se preocupa. No es el lugar… mercaderes, animales, mercancías, hombres y mujeres todos revueltos… voces, ruidos, fuertes olores de animales y de humanidad… No es el lugar.

Ella está callada, pero, sin duda, piensa también que aquel no es el lugar para el Hijo que está a punto de nacer. Tampoco para ella y para el momento único que va a vivir.

José busca y al fin encuentra un cobertizo abandonado a las afueras de la aldea. Tal vez en algún tiempo guardó ganado, pues hay un pesebre, pero ahora está vacío. No es muy acogedor, pero, al menos, no hay ruido, ni voces destempladas, ni los olores del “ham”, ni el revoltijo de hombres, mujeres y animales del “ham”.

Tal vez esto fue una premonición, aunque ellos no lo supieran ni lo imaginaran. Cuando el Niño que va a nacer sea hombre diría: “Yo soy el buen Pastor”. Por esto tuvo que nacer en un redil, como habían nacido otros pastores.

Miran despacio y, por fin, entran.

Están cansados. Se sientan después de haber descargado su pequeño hatillo. Esperan. La noche ha llegado. Hay muchas estrellas en el cielo. Hay también silencio: el de la noche, el de las estrellas, el del cobertizo, el del matrimonio al que le ha llegado el momento.

III. El Misterio

Tiempo de contemplación. Sobran las palabras, palabras que nada podrán explicar.

Para penetrar en el Misterio, es preciso conocer el marco; el tiempo, el lugar… Forma parte del Misterio. En él conoceremos mejor a las personas.

1.- El tiempo. Nada sabemos: ni la hora, ni el día, ni el mes ni el año. Lo que sí sabemos es que nació. Esto es lo importante. Tal vez fue en la noche llena de estrellas, como una nueva estrella para iluminar la noche del mundo.

2.- El lugar. Lo estamos viendo. Un viejo cobertizo para resguardar el rebaño. Nada hay fuera de un pesebre y algunos montones de paja que dejaron algunos pastores y la soledad, y el silencio y la noche y las estrellas…

Es posible que en el “ham” a estas mismas horas haya mucho movimiento, voces destempladas, olor espeso de hombres y animales. Pero no llegan al cobertizo ni el olor, ni las voces: sólo llegan el silencio y el frío de la noche.

3.-Las personas

Primero el Niño que ya ha nacido y su Madre ha envuelto en pañales que traía preparados… lo ha acostado en el pesebre, sobre un montón de paja que José encontró en un rincón.

No tenían otra cuna. En Nazaret le había hecho una José con mucho amor, pero tuvieron que dejarla… Y aquí… Aquí sólo hay esto: un pesebre.

Esta será su cuna; ¡la cuna de un descendiente de reyes!... O tal vez sea la cuna del pastor que habrá de ser…

Mientras los contemplamos en silencio nos llegan unas palabras que Él cuando fue mayor pronunció en cierta ocasión en un monte rodeado de campesinos y pescadores, palabras que quedaron para siempre en el aire: “Bienaventurados los pobres…”

Otro día se le acercó un escriba que quería seguirle, le dijo: “Las raposas tienen sus madrigueras y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tienen donde reposar la cabeza”... ¡Felices los pobres!... No tiene donde reposar la cabeza…

Pero esta noche sí tiene donde reposarla: en la cuna improvisada, el pesebre con olor a paja, y en el dulce regazo de su Madre.

El Niño llora, duerme, llora…

La Madre le mece, le acaricia y le da calor, le besa, le arropa…

La noche es fresca y ha penetrado en el cobertizo…

La Madre mira al Niño, no piensa en ella… Nunca piensa en ella. ¡Ha soñado tantas veces con su Hijo desde que le sintió latir en sus entrañas!... ¡Le daría tantas cosas!... Sobre todo, su amor.

Pero nunca pensó en algo como esta noche: lejos de su aldea, de su hogar… No comprendía. Recordaba las palabras del mensaje del cielo, miraba a su alrededor y seguía sin comprender… Guardaba silencio, y en su silencio volvía a decir: Sí… Como aquel día en Nazaret.

Pero sus recuerdos, sus pensamientos, su incomprensión los guardaba en su corazón.

No podía dar a su Hijo lo que tantas veces había soñado porque aquí nada tenía. No es que tuviera muchas cosas en Nazaret, pero aquí, nada…

Pero podía darle su amor, su calor, sus besos, su vida… Su vida, cuando el Niño llore y tenga hambre… Se la daba pero no llegaba la luz, seguía sin comprender.

O tal vez ella si comprendió, y quienes no comprendemos somos nosotros. Ella, aquel día recordado había dicho: “Aquí está la esclava del Señor…”

Y como una esclava, nada pidió entonces y nada pide ahora… Pero da amor, su amor…

Un eco del amor de Dios que envía a su Hijo para salvar al mundo y nace de una mujer, en un establo. Son las paradojas de Dios.

José anda algo nervioso. En un rincón del cobertizo ha dejado al asno. Mira, remira, hace un gesto de impotencia. Nada puede cambiar. Piensa en su casa de Nazaret. Hubiera sido todo tan distinto. Pero aquí… Además la soledad, la noche, el frío de la noche… el Niño…

En un rincón encontró paja para la cuna del Niño y para el asno.

Mira al Niño dormido, mira a la Madre. A veces se sienta junto a ellos. Quisiera que la Madre durmiera, está cansada. La mira y piensa que es muy bonita…

La noche es muy larga y también el silencio… La Madre se ha quedado adormecida. También José. Mientras llega la luz del día… Aquí termina nuestra contemplación.

IV. Después de la contemplación

Cuando dejamos de mirar al Misterio nos vienen los recuerdos, recuerdos de hoy mismo, de ayer, de muchos años y no comprendemos… No comprendemos lo que hemos visto, no acabamos de comprender el Misterio de la Navidad, no acabamos de comprender a Dios ¿O le hemos comprendido alguna vez?

Dios se nos muestra de una manera muy cercana a nosotros, como un niño, en un Niño… pero en un Niño que nace en un establo y tiene por cuna un pesebre… ¿Y sus padres?... Pero nosotros no lo aceptamos y nos figuramos un Dios distante, revestido de honores y grandeza humana…

Tal vez, por esto tratamos de olvidar la verdadera Navidad e inventamos una nueva Navidad, una Navidad de luces, de colores, de músicas y ruidos, de voces destempladas, de comidas… ¡una Navidad pagana! Como la de aquella noche en el “ham”.

Mas al mirar de nuevo al Misterio, antes de marcharnos, nos damos cuenta de que nuestro lugar está en el cobertizo junto al Niño, junto a la feliz Madre, junto a José… y que con ellos nuestra noche, la noche sin luz del mundo será menos fría y menos larga. Será también Navidad.

Vicente Serrano