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El Papa Benedicto XVI nos dijo...

 

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Benedicto XVI. Homilía en la Catedral de San Esteban de Viena. 9/09/2007

“Sine dominico non possumus!” Sin el don del Señor, sin el Día del Señor no podemos vivir: así respondieron en el año 304 algunos cristianos de Abitinia en la actual Túnez cuando, sorprendidos en la Celebración eucarística dominical, que estaba prohibida, fueron conducidos ante el juez y se les preguntó por qué, el Domingo, habían celebrado la función religiosa cristiana, a sabiendas que esto era castigado con la muerte.

Para aquellos cristianos la Celebración eucarística dominical no era un precepto, sino una necesidad interior.

También nosotros tenemos necesidad del contacto con el Resucitado, que nos sostiene más allá de la muerte. Tenemos necesidad de este encuentro que nos reúne, que nos dona un espacio de libertad, que nos hace mirar más allá del activismo de la vida diaria hacia el amor creador de Dios, del cual provenimos y hacia el cual vamos en camino.

Sin el Señor y el día que le pertenece no se realiza una vida bien lograda.

El Domingo, en nuestras sociedades occidentales, se ha transformado en un fin de semana, en tiempo libre. El tiempo libre, especialmente en la prisa del mundo moderno, ciertamente es una cosa bella y necesaria Pero si el tiempo libre no tiene un centro interior, del cual proviene una orientación en su conjunto, acaba por ser tiempo vacío que no nos fortalece y recrea. El tiempo libre necesita de un centro: el encuentro con Aquel que es nuestro origen y nuestra meta.

Precisamente porque en el Domingo se trata en profundidad el encuentro, en la Palabra y en el Sacramento, con el Cristo resucitado, el alcance de este día abraza la realidad entera. Los primeros cristianos han celebrado el primer día de la semana como Día del Señor, porque era el día de la resurrección. Sin embargo muy pronto la Iglesia tomó conciencia también del hecho de que el primer día de la semana es el día de la mañana de la creación, el día en el que Dios dijo «Haya luz» (Gn 1,3). Por esto el Domingo es para la Iglesia también la fiesta semanal de la creación –la fiesta del agradecimiento y de la alegría por la creación de Dios–. En una época, en la cual, a causa de nuestras intervenciones humanas, la creación parece expuesta a múltiples peligros, tendríamos que acoger conscientemente inclusive esta dimensión del Domingo. Para la Iglesia primitiva, el primer día, después, ha asimilado progresivamente también la herencia del séptimo día, el šabbatParticipamos en el reposo de Dios, un reposo que abraza a todos los hombres. Así percibimos en este día un poco de la libertad y de la igualdad de todas las criaturas de Dios.

 

 

En la audiencia General del miércoles siguiente (12 de septiembre), el Papa lo resumía así:

 

Como creyentes, obviamente, tenemos motivaciones profundas para vivir el día del Señor, tal y como la Iglesia nos ha enseñado. «Sine dominico non possumus!»: sin el Señor y su día no podemos vivir, declararon los mártires de Abitinia (actual Túnez) en el año 304. Tampoco nosotros, cristianos del año 2000, podemos vivir sin el domingo: un día que da sentido al trabajo y al descanso, que actualiza el significado de la creación y de la redención, que expresa el valor de la libertad y del servicio al prójimo… Todo esto es el domingo: ¡mucho más que un precepto! Si las poblaciones herederas de una antigua civilización cristina abandonan este significado y dejan que el domingo quede reducido al fin de semana o a un tiempo para dedicarse a intereses mundanos y comerciales, quiere decir que han decidido renunciar a la propia cultura.