Fue la noche del sábado 20 de agosto de 2011. Como muchos otros jóvenes católicos, en esos días, me encontraba feliz y pletórica de festejar públicamente mi fe, en mi ciudad, mis calles, mi barrio; en este lugar tan familiar para mí y a la vez tan poco confortable cuando se trata de este tipo de fiestas.
Así pues, con toda esta ilusión, asistí y participé en todos los eventos que se organizaron antes, durante y después de la venida del Papa, emocionada, como tantos otros, al ver tan entrañable figura caminando despacito, pero firme por nuestras calles. Como he comentado, participé en todo incluyendo Cuatro Vientos, con noche incluida, dormitando en un saco mojado encima de un hormiguero. Cuando mis amigos y yo llegamos a Cuatro Vientos, como a las 18,00 h., tratamos de buscar un hueco libre en la zona F6, donde nos correspondía por la acreditación que llevábamos. A los pocos minutos de estirar el saco y sentarnos a charlar y esperar al Papa, me llamó mi director espiritual, que se encontraba con su parroquia en la zona F2 y me esperaba para confesarme y charlar. Las nubes ya amenazaban, pero yo esperaba ingenua que no llovería o que, al menos, me daría tiempo a ir y volver sola antes de que cayeran las cuatro gotas que, como mucho, suponíamos caerían. Tengo que añadir que, una vez que emprendiera el camino (largo camino) hacia la zona F2 aunque tenía muchas ganas de confesar, la idea de abandonar a mi grupo y marcharme sola sin saldo en el móvil, sin forma de comunicarme con nadie, ni con mi grupo ni con el sacerdote si algo pasaba, no me seducía precisamente. Aún así, él me estaba esperando, yo quería confesar y tenía una buena excusa para ofrecer algo por los frutos del a JMJ, así que me fui dejando allí todas mis cosas y empecé a caminar. La distancia entre las dos zonas, la de mi confesor y la mía, era como de media hora andando, entre miles de personas, de bailes del Camino Neocatecumenal y demás grupos cantando.
Después de unas cuantas desventuras, una hora después encontré a mi director espiritual por fin. Y antes de poder confesarme, empezó a llover y llover. Yo no tenía paraguas ni nada para abrigarme o cubrirme del viento y del agua, así que tuve que meterme debajo de un chubasquero roto. A mi alrededor todos estábamos en la misma situación. En ese momento empecé a pensar en volverme a casa, en cuanto parara la lluvia; ya no podía más, estábamos empapándonos, con frío, miedo por el viento y la megafonía y los cables, y encima se habían llevado a Papa para ponerle a cubierto; fueron unos momentos muy tristes y decepcionantes. Yo estaba quejándome al Señor: “¿Cómo permites que esto pase?”, “¿Pero no ves que estamos aquí por ti?”, “protege a tu gente joven” y la verdad es que estaba muy enfadada y empapada. Todo el mundo estaba en silencio, parecía que la Vigilia había acabado y ya no iba a volver a salir el Papa. Entonces cuando yo me disponía a irme, de repente un joven empezó a gritar detrás de mi: “¡¡ESTA ES LA JUVENTUD DEL PAPA!!” y a él se unieron, poco a poco, todos los que estaban a mi alrededor. La gente comenzó a soltar paraguas, chubasqueros y a cantar y a saltar bajo la lluvia, con un entusiasmo y una alegría contagiosas; nadie parecía notar el frío, ni el viento ni la lluvia, sólo cantaban y bailaban unos grupos con otros, de distintos países, y no era sólo en la zona F2, todo Cuatro Vientos gritaba y cantaba al mismo son. Entonces recuerdo que lo primero que pensé fue que estaban todos locos y de pronto, esa misma alegría se me contagió; de pronto me di cuenta de algo obvio: somos la juventud de Cristo, somos gente joven, sólo es un poco de lluvia, recuerdo que pensé, “es una aventura, una aventura con el Papa, otra anécdota de la JMJ”, en ese momento empecé a sonreír y a gritar y bailar con la gente y no notaba ni el frío ni la lluvia y en ese momento salió otra vez el Papa, sonriendo y despeinado.
La Vigilia seguía y fue entonces cuando el Papa dijo “Queridos jóvenes, hemos vivido una aventura juntos” y entonces, justo entonces, fue cuando me dí cuenta de que el Papa hablaba conmigo y de que Jesús estaba allí aquella noche, con nosotros, mojándose también, y sonriendo.
Fue la mejor Vigilia de oración que recuerdo, el recogimiento, y el silencio que seguidamente impregnó todo el gran recinto de Cuatro Vientos, abarrotado de gente, superó en mucho el gran estruendo del viento y la tormenta que vivimos unos minutos antes.
Le doy gracias a Dios por esa gran noche y esa estupenda aventura vivida con cientos de miles de jóvenes de todo el mundo y con nuestro querido Papa Benedicto XVI.
Inmaculada García García-Valdés