La Cruz de Cristo: ¿Escándalo? ¿Necedad? ¿Sabiduría?
El escándalo de muchos de los hijos de su pueblo, que oían a San Pablo en Corinto y en otros lugares de sus viajes apostólicos, por su predicación de Jesucristo y, Éste Crucificado, como el verdadero y único Salvador del hombre, sigue produciéndose, incluso más clamorosamente ahora, en nuestro tiempo, dentro y fuera de los ambientes sociales y culturales más o menos influidos o tocados por la herencia de la fe cristiana. Es un escándalo que se presenta de modo distinto que el de los judíos contemporáneos de Jesús, pero que desemboca en el mismo resultado práctico. ¿Pero cómo es posible pensar en serio –dicen– que la solución de los grandes y gravísimos problemas de las injusticias del mundo, del dolor y los sufrimientos de los más débiles, de la enfermedad y de la muerte, que acecha a todo hombre nacido de mujer, pueda venir de un judío, de origen galileo por más señas, con pretensiones de profeta, crucificado hace casi dos mil años por los dominadores romanos de Jerusalén, instigados por los dirigentes religiosos y políticos de su pueblo, apoyados a su vez por no pocos de sus conciudadanos? Los problemas del hombre necesitan respuestas realistas y eficaces para su solución en este mundo. Lo que se impone y hay que hacer es un uso constante, diligente y esforzado del “poder” que el hombre tiene. Hay que dejarse de ensoñaciones ilusas y poner manos a la obra –afirman–.
No son menos los que consideran hoy el anuncio de Jesucristo Crucificado, Salvador del hombre, una necedad. Su razonamiento coincide en su punto de partida intelectual, pero sobre todo en la perspectiva última, vital y existencial, con el de los anteriores, es decir, con la autovaloración del ser humano, como “super-hombre”, que ni necesita ni depende de Dios. El hombre se explica y se basta a sí mismo frente al mundo y a su historia. Los que se escandalizan de Cristo Crucificado y los que lo declaran una necedad, lo hacen hoy, además, muy frecuentemente de forma militante. Les cuesta soportar el hecho de que para otros ¡para nosotros! sea la fuerza y la sabiduría de Dios que salva al mundo y que guía irreversible y gloriosamente la historia. Pero ha sido la misma historia la que nos enseña a qué abismos de destrucción de lo humano conducen esos proyectos de autodivinización personal y colectiva del hombre. Las tragedias del siglo XX –las dos guerras mundiales, los terribles totalitarismos que lo dominaron en amplias zonas de mundo…–, frescas en nuestra memoria, nos lo recuerdan inequívocamente. El contraste, también real, actual e inequívoco, al rechazo de Cristo Crucificado lo representan esos jóvenes, que con sus vidas, vacías tantas veces y rotas no pocas, esperan a Cristo en lo más íntimo de su corazón. Más aún, los que se escandalizan y burlan de la Cruz de Cristo, esconden muchas veces detrás de la fachada de su incredulidad un interior inquieto y perturbado: ¡un alma desasosegada y herida que ansía secretamente la presencia y la cercanía de Dios!
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Entender la sabiduría divina de la Cruz de Cristo, vivirla con fidelidad creciente y generosa, es sólo cosa de los sencillos de corazón. Es a “los pequeños”, a quienes se les revela (cfr. Lc 10,21). La Madre del Señor, la Virgen María, la Doncella de Nazareth elegida por Dios para que concibiese a su Hijo Unigénito en su seno purísimo, dándole nuestra carne de hombre ¡nuestra humanidad!, fue, es y será siempre la primera de entre los sencillos y humildes de corazón a quien se le ha revelado el Misterio de su Hijo Crucificado y Resucitado. Más aún, Ella es la Madre imprescindible para aprender la lección de la humildad y de la sencillez que se necesita para que se nos revele el Misterio del Amor de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, manifestado en Jesucristo para nuestra salvación: para poder adentrarnos con todo nuestro ser –alma, vida y corazón– en el Misterio de la Cruz gloriosa de Cristo.
De la HOMILÍA de D. Antonio María Rouco, Cardenal-Arzobispo de Madrid
en la Festividad de la Exaltación de la Santa Cruz 2010. Vigilia de Oración