Educación y valores
Una conciencia bien formada irá acompañada siempre de tres actitudes esenciales: sinceridad, autoconvicción y responsabilidad.
Hay tres reglas importantes que debe seguir toda conciencia recta:
- Nunca puedes justificar el mal para obtener un bien. En otras palabras: el fin no justifica los medios.
- No hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti, o visto en forma positiva: trata a los demás como te gustaría que te trataran.
- Antes de juzgar los actos de los demás, mira tus propios actos, júzgalos y corrige lo que esté mal: “mirar la paja en el ojo ajeno y no la viga en el nuestro”.
Formar una recta conciencia supone alcanzar tres objetivos:
- Educar la conciencia para que sea capaz de abrirse a los valores objetivos asimilándolos como propios, percibiendo el bien y el mal como algo por hacerse o evitarse.
- Fortalecer el influjo de la conciencia sobre la voluntad, llevando a la persona a hacer el bien y evitar el mal.
- Formar la conciencia para emitir juicios rectos sobre la bondad o maldad de los actos y ponerlos en práctica.
Cómo formar una recta conciencia.
Para ayudar a nuestros niños y jóvenes a adquirir una recta conciencia podemos:
- Animarles y ayudarles a estudiar la doctrina católica, los Evangelios, los documentos y orientaciones de la Iglesia de una manera constante.
- Ayudarles y animarles a reflexionar antes de actuar, pensando siempre en lo que están haciendo, en porqué lo están haciendo, en las consecuencias que ello puede tener para ellos o para los demás, en la manera como se sentirán después de hacerlo. Ayudarlos a no guiarse por instintos sino por convicciones, independientemente de lo que los otros digan o hagan, o lo que esté de “moda”.
- Ayudarles a tener bien claros los principios que deben cumplir.
- Animarles y guiarles para llevar una profunda vida de oración y de sacramentos, especialmente la confesión. Ellos iluminan la inteligencia y fortalecen la voluntad conformándolas con el plan de Dios.
- Enseñarles a hacer un buen examen de conciencia y un balance de sus actos todas las noches.
- Animarlos a pedir ayuda y consejo, acudiendo con frecuencia a un sacerdote o a un laico bien formado.
- Promover en ellos la virtud de la sinceridad, para que sean capaces de llamar a las cosas por su nombre, ante ellos mismos, ante Dios y ante quien dirija su alma. Los problemas en el campo de la conciencia es cuando se empiezan a encontrar justificaciones fáciles para no hacer el bien o, lo que es peor, para hacer el mal.
- Animarlos a obrar siempre de cara a Dios con el único deseo de agradarle, sin utilizar otros criterios de aceptación social para justificarse. Un acto sólo será bueno si agrada a Dios.
- Animarles a pedir ayuda al Espíritu Santo, ya que la relación con él será la mejor luz para la conciencia. La oración les hará ver todo desde Dios y desde el punto de vista de su amor que pide siempre lo mejor, la perfección, para sus creaturas.
- Ayudarles a mantenerse y a no desanimarse ante los fallos; aprendiendo siempre que ante las caídas lo mejor es comenzar de nuevo, y ayudarles a entender que lo peor que se puede hacer es pactar con los fracasos y las desviaciones del comportamiento aceptándolos como irremediables e inevitables. Ayudarle a reparar con amor el mal que se haya podido hacer y comenzar a construir de nuevo.
- Ayudarles a formar hábitos de buen comportamiento: programar el tiempo, saber qué queremos y qué vamos a hacer en cada momento, exigirse el fiel cumplimiento del deber, no permitirse ningún fallo conscientemente aceptado, etc. Ayudarles a cumplir su responsabilidad al detalle, no sólo por encima.
- Ayudarles a amar el bien por encima del mal
- Hacerles ver en todo momento lo bueno que adquieren al vivir el bien, aunque implique trabajo y renuncia.
- Brindarle un ideal valioso, recordándolos que el ideal más valioso y grande es Jesucristo, tanto en lo espiritual como en lo humano.
Después de las ayudas prácticas, es importante también conocer el proceso de un acto moral para saber dirigir bien la formación de la conciencia. Se puede hablar de tres operaciones o fases en la formación de la conciencia.
La primera, que precede a la acción, es percibir el bien como algo que debe hacerse y el mal como algo que debe ser evitado. Éste es el momento de ver: “Esto es bien hay que hacerlo” o “no, esto no está bien, debo evitarlo”.
La segunda fase es la fuerza que lleva a la acción, impele a hacer el bien y evitar el mal. Se expresa cuando decimos: “Hago el bien” o “no, esto no lo hago”.
Por ultimo la operación subsiguiente a la acción, el emitir juicios sobre la bondad o maldad de lo hecho. En esta etapa nos decimos: “He obrado bien” o “he hecho algo malo”.
En el primer paso lo importante es abrir la conciencia a la ley como norma objetiva. Es decir, educar una conciencia recta que sabe dónde va y qué es la verdad. Esto lleva al segundo paso que requiere trabajo para que la conciencia sea guía de la voluntad. Se trata de habituarse a la “coherencia”, entendida como la constancia en actuar como pude la conciencia. No basta percibir que algo es bueno o malo, hay que saber dirigir la voluntad a hacer lo bueno y evitar lo que no se debe hacer. Percibir que es bueno ser paciente y amable con los demás es bueno, pero es insuficiente; esta percepción debe llevarme a acoger a los demás con bondad y delicadeza aun cuando me sienta cansado o de mal humor.
Esto requiere un trabajo de formación especialmente en el campo de la voluntad y de los estados de ánimo. Los estados de ánimo tienen que ser educados para lograr en la persona una ecuanimidad que le lleve a realizar lo que le pide la conciencia en cualquier circunstancia. Además, la voluntad tiene que ser formada para que sea eficaz, es decir, para que logre lo que pretende.
Por ultimo, y todavía más importante, viene el juicio ulterior sobre lo hecho. Aquí es donde se juega de modo definitivo la formación o deformación de la conciencia. El que ha obrado mal y toma las medidas necesarias para reparar su falta y para pedir perdón ha dado un paso firme en le formación de su conciencia, mientras que el que la acalla, no prestándole atención, puede llegar a dañarla hasta que un día quizá sea incapaz de reaccionar ante el bien y el mal.
En conclusión, podemos decir que la brújula más segura en todo este campo moral es la adhesión fiel a la voluntad de Dios, compendio supremo de la ley natural y la ley revelada.
La coherencia ante ella es el camino de la madurez y de la felicidad que brota de una conciencia que vive en paz con Dios y consigo misma.
Carmina García-Valdés. Pedagoga