Fiestas y celebraciones
La liturgia tiene su propio tiempo, porque su finalidad es ayudarnos a revivir los misterios de nuestra fe en los que se manifiesta el amor de Dios para que así nuestra respuesta de amor y entrega a Él sea cada vez mas generosa y más gozosa.
Por eso el Año litúrgico no empieza el día uno de enero, como el año civil, sino cuatro semanas antes de la Navidad –el Tiempo de Adviento-, durante las que nos preparamos para celebrar la fiesta del nacimiento de Jesús, el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, el primer misterio de la vida de Jesucristo.
Pasados los días de las fiestas de Navidad, comienza un nuevo tiempo litúrgico al que llamamos “Tiempo Ordinario”, no porque no tenga importancia, sino porque no se fija en un acontecimiento especial de la vida de Jesús, sino en su misión durante su vida pública. Cuando llega la Cuaresma, el Tiempo Ordinario se interrumpe hasta concluir la Pacua con el Domingo de Pentecostés. El lunes siguiente a este domingo retomamos el Tiempo Ordinario, aunque los dos primeros domingos de esta segunda parte del Tiempo Ordinario celebramos dos fiestas que todavía nos traen muy vivo el ambiente de la Pascua: El Domingo de la Santísima Trinidad y la Solemnidad del Corpus Christi.
Durante el Tiempo Ordinario cada domingo es el gran día de fiesta. Cada domingo fue históricamente la primera fiesta de los cristianos, pues desde el principio se reunían el “Día del Señor”, que coincidía con el primer día de la semana judía, para recordar y celebrar la resurrección de Jesús, cumpliendo el mandato recibido de Él en la Última Cena, en lo que ellos llamaban la “Fracción del Pan”.
Durante todo este tiempo vamos recordando lo que Jesús hizo y dijo: sus milagros, sus parábolas, sus enseñanzas y también sus actitudes, sus gestos, sus miradas… Así podemos ir conociéndole mejor y queriéndole más, para, como buenos discípulos, imitarle y llevar a otros a que también le conozcan y le amen.
Por eso es muy importante que cada domingo escuchemos la Palabra de Dios, participemos en la Eucaristía y hagamos de este día un verdadero día de fiesta, con la familia, con los amigos y con toda nuestra comunidad cristiana, sintiéndonos unidos a la gran familia de los que creemos en Jesucristo, la Iglesia Universal.
El color litúrgico del Tiempo Ordinario es el verde.
Por primera vez en el año 2020 se celebra este Domingo de la Palabra de Dios. Lo ha instituido el Papa Francisco para toda la Iglesia y tiene lugar en el Tercer Domingo del Tiempo Ordinario.
Todos sabemos que la Palabra de Dios, que se contiene en la Biblia y, como nos dice el Papa, también en la Tradición de la Iglesia, es muy importante, pero a veces no nos lo tomamos muy en serio o no somos muy conscientes de ello. Con esta celebración todos los años, el Papa Francisco quiere que nos demos bien cuenta de ello.
En el documento que ha escrito para instituirlo nos explica el por qué y el para qué de esta fiesta.
La Palabra de Dios es un gran regalo, un compromiso y una responsabilidad.
Nos dice el Papa que la Palabra de Dios es un don muy grande y por tanto debemos agradecérselo a Dios. Y es también un compromiso: tenemos que vivirla cada día. Si Dios nos habla tendremos que escucharle y si le escuchamos será para hacer lo que Él nos dice. Pero no podemos quedarnos ese regalo para nosotros solos, por eso tenemos una responsabilidad: compartirlo con los demás con el testimonio de nuestra vida coherente.
La Palabra de Dios es para la salvación completa de todos los hombres.
La Biblia tiene muchos libros, cuenta muchas historias, tiene discursos y poesías, pero no es eso lo importante sino el mensaje que Dios nos da a través de todo ello: “Es una historia de salvación en la que Dios habla y actúa para ir al encuentro de todos los hombres y salvarlos del mal y de la muerte”. (*)
La Palabra de Dios une a los creyentes.
La Biblia es el libro del pueblo del Señor, convocado para escucharle. Nos une a los creyentes superando las divisiones que surgen entre nosotros y nos convierte en un solo pueblo. Somos “un solo pueblo que camina en la historia, fortalecido por la presencia del Señor en medio de nosotros que nos habla y nos nutre”.
Toda la Sagrada Escritura nos habla de Jesús.
No sólo el Nuevo Testamento, también el Antiguo Testamento nos habla de Jesús. El Antiguo y el Nuevo Testamento se ayudan el uno al otro para que nosotros podamos entender lo que Dios nos quiere decir y comprendamos la salvación que Jesús nos trae por su muerte y resurrección.
La Sagrada Escritura hace posible la fe.
La fe nace de la escucha de la Palabra de Dios, por eso, nos dice el Papa, es muy importante y urgente que la escuchemos cuando participamos en la liturgia, pero también cuando hacemos oración y dedicando ratos para reflexionar sobre ella. Nos lo dice el Papa con palabras bonitas y apremiantes: “Nos urge la necesidad de tener familiaridad e intimidad con la Sagrada Escritura y con el Resucitado, que no cesa de partir la Palabra y el Pan en la comunidad de los creyentes. Para esto necesitamos entablar un constante trato de familiaridad con la Sagrada Escritura, si no el corazón queda frío y los ojos permanecen cerrados, afectados como estamos por innumerables formas de ceguera.”
La Sagrada Escritura está bajo la acción del Espíritu Santo
El Espíritu Santo convierte en Palabra de Dios la palabra escrita por los hombres y al estilo de los hombres. Él interviene en la formación de los libros que componen la Biblia y por eso son libros inspirados. Y también sigue interviniendo cuando el Papa y los Obispos, es decir, el Magisterio de la Iglesia, interpreta la Escritura. Pero no acaba ahí la acción del Espíritu Santo, también actúa cuando cada uno de nosotros escuchamos esa Palabra de Dios y queremos llevarla a nuestra vida.
La Sagrada Escritura nos habla del amor de Dios
Dios, que es un Padre lleno de amor misericordioso, nos pide a sus hijos que también vivamos ese amor. Así lo hizo Jesús que no se guardó nada para Él sino que se dio a todos completamente. La Palabra de Dios nos ayuda a ver todo eso y a salir del egoísmo y el individualismo para amar a los otros compartiendo y siendo solidarios.
La Virgen María es nuestro ejemplo
Ella es bienaventurada porque creyó que se iba a cumplir lo que Dios le había dicho por medio del ángel, aunque era muy difícil, pero Ella sabía que la Sagrada Escritura aseguraba que Dios enviaría un Salvador al mundo. También nosotros seremos bienaventurados si, como María, creemos en el cumplimiento de la Palabra de Dios y como Ella le decimos: Hágase.
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(*) Citas textuales del documento del Papa Francisco APERUIT ILLIS.
Hoy la Iglesia celebra una jornada muy importante: el Domingo Mundial de las Misiones. Es decir, el día en que de manera especial nos paramos para pensar, orar y ofrecer nuestro sacrificio y nuestra ayuda económica para que el Evangelio llegue a todos los rincones de la Tierra, a los pueblos y a las personas que nunca han oído hablar de Jesús. Porque sabemos que nosotros tenemos un gran don, un regalo incomparable, una riqueza mayor que cualquier otra, que es conocer a Jesús y ser amigos suyos, saber, porque Él nos lo ha enseñado, quién es verdaderamente Dios, queremos compartirlo con todos.
Los grandes protagonistas de este día son los misioneros, es decir los hombres y mujeres, sacerdotes, consagrados, laicos, y también familias enteras, que van a lugares lejanos y especialmente pobres para llevarles la Buena Noticia de que Dios nos ama tanto que nos ha dado a su Hijo, para que entregando su vida por todos nos salve del pecado y de la muerte. Nuestra oración, sacrificio y limosna tiene la finalidad de ayudar a todos ellos en su labor.
Pero también en nuestro mundo, entre la gente con quien tratamos todos los días hay muchos que no conocen a Jesús, que apenas saben algo de Él o que habiéndole conocido se olvidaron o decidieron que no querían saber nada de Él. Para ellos somos nosotros los misioneros, los que con nuestra vida y nuestra palabra debemos anunciarles a Jesús, darles lo mejor que tenemos, nuestra fe en Jesús, aunque a veces nos cueste trabajo y nos acarree incomprensiones. Él que a todos nos dijo: “Id al mundo entero y anunciad el Evangelio a toda criatura” (Mc 16,15), está a nuestro lado para ayudarnos “todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).
Jesús nos dice a todos sus discípulos: "Id al mundo entero y proclamad el Evangelio" (Mc 16,15).
Para cumplir el encargo de Jesús no hay que esperar a ser mayor. Todos podemos y debemos anunciar el Evangelio, con nuestra forma de vivir, con nuestra palabra, con nuestras actitudes: pareciéndonos a Jesús y contando lo que de Él sabemos.
Si hacemos esto estaremos trabajando en la "obra" de Jesús, que es construir el mundo como Dios siempre ha querido que sea: un mundo donde reine el amor.
Si además ofrecemos nuestra oración, nuestros pequeños sacrificios y algo del dinero que tenemos por los niños del mundo que todavía no conocen a Jesús y por los misioneros que les llevan el Evangelio y los medios para una vida digna de su categoría de hijos de Dios, llegaremos, como Jesús nos pide, al mundo entero.