Fiestas y celebraciones
María y José, los padres de Jesús, eran judíos piadosos y cumplían lo que mandaba la Ley. Cuando suben a Jerusalén, para presentar al Niño en el Templo, encuentran allí un hombre que vivía abierto a Dios y esperaba de Él la salvación, un hombre que tenía los ojos y el corazón dispuestos para descubrir sus signos y por eso sabe ver en aquel Niño al Salvador que esperaba.
Lucas 2, 22-32
Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.»
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
—«Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»
Llega el mes de mayo y el campo se llena de flores, la naturaleza resplandece de vida y color. Parece que canta con alegría al Creador que, de nuevo, tras el invierno, le hace rebosar de vida.
Pero en toda la creación no hay criatura más bella ni más perfecta que María. Ella es alabanza de Dios y, a cuantos creemos en su Hijo Jesús, nos hace cantar agradecidos a Dios.
Por eso existe desde hace mucho tiempo en la Iglesia una bonita costumbre que es dedicar el mes de mayo, el mes de las flores, a honrar a la Virgen María. Según los lugares y las épocas existen diversas maneras de hacerlo pero todas tienen el mismo fin: reconocer y agradecer a María todo lo que ha hecho por nosotros. Cuando Dios, por medio del ángel, le propuso ser la madre de Jesús y Ella dijo que sí, lo hizo por amor a Dios, porque lo que más quería en la vida era hacer lo que Dios deseaba, complacerle, hacer su voluntad. Pero también lo hizo por amor a nosotros, a todos los hombres. Ella estaba dispuesta a prestar su colaboración para que Dios pudiera llevar a cabo su plan salvador.
Luego cada día fue aceptando todo lo que esa decisión suponía: Los momentos buenos, cuando disfrutara de su Hijo viéndolo crecer y gozando de su cariño, pero también los malos, hasta verle morir en la cruz.
Después, cuando Jesús, cumplida su misión en la Tierra, volvió al Padre, Ella permaneció con los discípulos acompañando los primeros pasos de la Iglesia. Ahora, desde el Cielo, sigue velando por nosotros, cuidando de sus hijos que, generación tras generación, seguimos los pasos de Jesús.
Por Ella nos sentimos queridos y protegidos, sabemos que está pendiente de cada uno de nosotros como siempre lo estuvo de Jesús. Por eso siempre, pero en este mes de manera especial, queremos demostrarle nuestro amor. ¿Cómo? Pues de la misma manera que podemos demostrárselo a nuestras madres: Haciendo lo que a Ella le gusta que hagamos. Nos lo dijo en Caná: "Haced lo que Él os diga". Y lo que Jesús nos dice está en el Evangelio. Hacer cada día lo que Jesús nos enseña con su vida y su palabra es el mejor regalo que podemos ofrecerle a María. Y además así nos pareceremos a Ella que siempre cumplió la Palabra de Dios guardándola en su corazón.
Para que todos los días puedas escoger una bonita flor que ofrecer a la Virgen te damos un breve texto del Nuevo Testamento para cada día, que te ayudará a conocerla mejor y a imitar sus virtudes. ¡PARECERTE A ELLA ES LA MEJOR FLOR QUE PUEDES OFRECERLE!
Los evangelios nos dicen que María estaba desposada con un hombre llamado José. Y añaden que era juesto. También nos cuentan los evangelios que era carpintero. Tan poquito nos cuentan y no recogen ninguna de sus palabras, pero por sus hechos sabemos que era un hombre que se fiaba de Dios y a Él confiaba sus problemas, que cuando sabe cual es la voluntad de Dios para él no duda en llevarla a cabo sin miedo a las dificultades. Defiende a su familia cuando es amenazada también siguiendo la voz de Dios. Y enseña el oficio a su hijo, lo que hace suponer que le eseñó muchas cosas más, entre ellas, como buen padre a vivir conforme a la religión y las tradiciones de su pueblo. Cumplidor de la Ley pues circuncida al Niño a los ocho días y lo presenta en el Tempo como mandaba la Ley. En resumen un hombre bueno, de fe fuerte, que vive unido a Dios, cumple con su deber. Un hombre humilde y valiente que sabe cual es su papel. Su sí a Dios y su colaboración al plan salvador de Dios no están lejos del sí y de la entrega de María, su Esposa.
Mateo 1, 16. 18-21. 24a
Jacob engendró a José, el esposo de Maria, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: -«José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a Maria, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.» Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor.
Isabel y Zacarías, matrimonio que vivía una vida agradable a Dios, no tenían hijos, porque Isabel era estéril. Un día, mientras ofrecía el Sacrificio en el Tempo Zacarías, que era sacerdote, tuvo una visión en que se le anunciaba que, a pesar de la edad avanzada de ambos, su mujer iba a concebir un hijo. Por haber dudado de la veracidad de aquel anuncio quedó mudo. Cuando nace el niño afirma que su nombre ha de ser Juan, el dado por Dios conforme al mensaje del ángel, pues había sido elegido para una gran misión: ser el precursor del Mesías, el que anunciase que el tiempo se había cumplido y ya estaba en medio de los hombres.
Lucas 1, 57-66. 80
A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y la felicitaban. A los ocho días fueron a circuncidar al niño, y lo llamaban Zacarías, como a su padre. La madre intervino diciendo:
—«¡No! Se va a llamar Juan.»
Le replicaron:
—«Ninguno de tus parientes se llama así.»
Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre.»
Todos se quedaron extrañados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos, y corrió la noticia por toda la montaña de Judea. Y todos los que lo oían reflexionaban diciendo:
—«¿Qué va a ser este niño?»
Porque la mano del Señor estaba con él. El niño iba creciendo, y su carácter se afianzaba; vivió en el desierto hasta que se presentó a Israel.